El término “topo” se ha utilizado para designar a quienes se ocultaron durante la Guerra Civil y la Dictadura del general Franco por miedo a represalias por su conducta política anterior. Hubo “topos” por toda la geografía española. Unos estuvieron ocultos durante unas pocas semanas o meses, otros hasta el final de la guerra, pero también hubo quienes continuaron recluidos en sus “toperas” hasta varios años después. José Orta Rebollo, el “topo” de Puerto Serrano (Cádiz), estuvo oculto hasta 1943.
José Orta Rebollo fue nombrado alcalde de Puerto Serrano en abril de 1931, recién proclamada la República, y ocupó el cargo hasta la celebración de elecciones municipales en mayo; después continuó como concejal hasta 1932. En 1936 pertenecía al partido Unión Republicana y desplegó una intensa actividad política, formando parte de la comisión gestora de izquierdas que gobernó el Ayuntamiento desde de febrero y siendo nombrado también presidente del centro obrero en el que estaban unidos los sindicatos UGT y CNT.
José Orta Rebollo |
Escapó de Puerto Serrano durante los primeros días de la Guerra Civil, dejando atrás a su esposa Antonia Lobato Contreras y a siete hijos: Francisca, Pasión, Antonia, Joaquín, Maria Josefa, Carmen y María Magdalena. Más de veinte vecinos de Puerto Serrano fueron fusilados a partir del mes de agosto de 1936 y él, atemorizado, no quiso regresar. Durante algún tiempo deambuló por los campos, alimentándose con lo que le proporcionaban en algunos cortijos, hasta que en septiembre u octubre llegó al Rancho Las Ratas (término de Montellano), donde Diego Díaz Padilla le permitió ocultarse en un chozo de conejos que había junto a la casa. En mayo de 1937, mientras él permanecía en el Rancho Las Ratas, su esposa dio a luz una niña a la que llamaron Bella. El contacto con la familia no se interrumpió: José recibió frecuentes visitas de su cuñada Isabel Lobato, que le llevaba algunos alimentos, y de Antonia, que fue con una de las niñas. Diego Díaz le dijo que se marchase del rancho cuando terminó la guerra en 1939. Lo hizo el 19 de abril, pero aún temía venganzas de sus adversarios políticos y decidió continuar oculto, de modo que se amparó en la noche para llegar a su casa de Puerto Serrano, en la calle Ronda. La nueva “topera” fue un habitáculo del “soberao” (sobrado) cuya puerta estaba oculta por una cómoda. Desde aquel refugio escribió un diario en el que anotó todo cuanto veía desde las ventanas, una de las cuales daba al patio del cuartel de la Guardia Civil. La Guardia Civil practicó varios registros domiciliarios en la casa de la calle Ronda, pero la “topera” nunca fue descubierta.
¿Quiénes sabían que José Orta estaba oculto en el sobrado? Inicialmente ni siquiera los hijos menores, pero luego lo fueron sabiendo algunas otras personas. Cuando Joaquín, el único hijo varón, tuvo que abandonar la escuela fue su padre quien, de noche, le enseñó a leer y escribir. Y cuando llegó la hora de casarse Francisca, la mayor, decidieron revelar el secreto familiar al novio, Isidro Rodríguez Hidalgo, y lo subieron al sobrado pocos días antes de la boda. En otra ocasión fue la niña Barbarita Rodríguez, amiga de las chiquillas de la casa, quien vio a José en las escaleras del desván. Varias personas sabían dónde estaba, pero nadie lo delató y el encierro voluntario se prolongó hasta el 9 de abril de 1943. Antonia estaba embarazada de cinco meses y él decidió salir de la “topera” para acabar con las habladurías que comenzaban a circular por el pueblo: todos debían saber que la hija que esperaba era suya.
Del cuartel de la Guardia Civil a la Prisión Provincial
La noticia de que se había presentado a la Guardia Civil se corrió como la pólvora y todo el pueblo se agolpó en la puerta del cuartel, en la calle de Enmedio. A las 20’00 horas el cabo comandante del Puesto, Ricardo Salazar, auxiliado por el guardia Antonio Álvarez Sánchez, comenzó a instruir un expediente sobre la conducta de Orta durante la República y la Guerra Civil. Comenzó con la declaración del propio detenido y luego fueron llamados los vecinos a quienes él citó para que declarasen a su favor: el electricista Manuel Moreno Medina, Antonio Aguilar Hidalgo y Manuel Barrera González. El día 10 se tomó declaración a Diego Díaz Padilla y se unieron al expediente los informes remitidos por el alcalde, juez municipal, jefe de Falange y párroco, más el informe de la propia Guardia Civil. Concluidas las diligencias, el expediente se envió por correo al gobernador civil de la provincia y Orta quedó detenido en la cárcel municipal.
El Gobierno Civil remitió a su vez los documentos a los servicios de Justicia de la Segunda Región Militar y la instrucción de diligencias previas para averiguar la conducta de Orta Rebollo en relación con el “Glorioso Alzamiento Nacional” y sus posibles responsabilidades se encomendó primero al capitán de Artillería Godofredo de la Cruz Moreno y posteriormente al capitán de Infantería Gabriel García Trujillo. Con el caso ya en manos de los militares, José Orta Rebollo fue trasladado a Cádiz y el 28 de abril ingresó en la Prisión Provincial.
Un “rojo” de intachable conducta moral
Los informes y declaraciones obrantes en el expediente instruido por el cabo de la Guardia Civil de Puerto Serrano eran contradictorios, de modo que el capitán Godofredo de la Cruz se encontró con un puzzle cuyas piezas no encajaban. Nadie, ni siquiera el propio Orta Rebollo, negaba que había desempeñado cargos políticos durante la República, pero las valoraciones de su actuación pública y los juicios sobre su conducta moral no coincidían. Manuel Moreno decía que “en cuanto a su vida pública y privada cuenta con gran solvencia moral”. “Observó siempre una intachable conducta”, dijo Antonio Aguilar después de declarar sobre su actividad política. La declaración de Manuel González decía que “siempre contó con gran solvencia moral, reconocido como buen trabajador y amante de su casa”. “Aparte de sus ideas políticas no era mala persona”, decía la declaración de Diego Díaz. Todos ellos decían que Orta desapareció al comenzar la guerra y que no tenían noticia de hechos delictivos que pudieran imputársele.
Los informes oficiales del Juzgado municipal, Ayuntamiento y Falange eran negativos de principio a fin, excepto en lo referente la vida privada del detenido. El alcalde Francisco Román y el jefe de Falange, Jerónimo Troya Uclés, coincidían básicamente en sus informes: José Orta era de izquierdas, al comenzar la sublevación del 18 de julio dio mítines induciendo a cometer atropellos contra la Guardia Civil, capitaneó una partida de izquierdistas que recorrió varias casas del pueblo y cortijos recogiendo armas –se citaba a José Ramírez Mariscal como uno de los desarmados– y en torno al día 22 de julio huyeron todos primero a Montellano y luego al frente de Ronda. El informe del párroco Manuel Ruiz Páez daba una imagen completamente distinta de su conducta y antecedentes. Literalmente decía así:
“Que con anterioridad al Glorioso Movimiento Nacional, este hombre fue siempre un modesto comerciante que con su constante e incansable trabajo, ha procurado sostener su casa con la decencia que con un negocio como el suyo se puede hacer, manifestándose siempre como hombre tranquilo en todas sus cosas. Ya en tiempo de la República, fue de ideas izquierdistas y por su inteligencia un poco más despejada y facilidad en la expresión, entre sus iguales, sin estudios de ninguna clase, ocupó algún cargo, notándose en él, energía en sus palabras, pero buen corazón y por tanto escasa acción, defendiendo al obrero en sus derechos y socorriéndole en alguna ocasión, no sé si con fondos propios o del Ayuntamiento. En los primeros días del Glorioso Alzamiento Nacional, desapareció sin que se haya sabido nada de su paradero hasta que hace unos días se presentó a V.”
A todo ello añadió el cura que los miembros de su familia frecuentaban la iglesia y tenían “buena formación y sentimiento religioso, cumpliendo como buenos cristianos”. Incluso habían bautizado a una hija en tiempos de la República, “cosa no muy corriente en aquella época”, y eso le permitía afirmar que “tanto él como su familia han gozado de buena moralidad y costumbres cristianas”. Lo que no sabía el capitán De la Cruz es que Manuel Ruiz no conocía personalmente a Orta, pues todavía no se había cumplido un año desde que el cardenal lo nombró párroco de Puerto Serrano; su información no era de primera mano y probablemente estaba influida por la propia familia del encartado.
El homicidio de Juan “El Rey”
Aquellos informes dejaban muchos cabos sueltos y abrían preguntas para las que el capitán De la Cruz no tenía una respuesta definitiva. Una de las cuestiones más oscuras era la sugerencia, vertida en los informes del Ayuntamiento y Falange, de que José Orta pudo tener alguna relación con el homicidio de Juan Campanario Vázquez (a) “El Rey” en marzo de 1936; Juan “El Rey” murió a manos de un demente que dejó sobre el cadáver un documento que al parecer había sido escrito por Orta y que, según el alcalde, “serviría para enervar al criminal”. ¿Qué decía el encartado sobre esta cuestión? Su declaración fue sencilla: él redactó denuncias que muchos obreros analfabetos presentaron en 1936 contra patronos que les habían pagado salarios inferiores a los estipulados en el convenio colectivo, por eso era posible que el asesino tuviese en su poder un escrito redactado por él, pero no firmado. Lo que escribió Orta fue una demanda por incumplimiento de las bases de trabajo y no se le podía atribuir ningún tipo de responsabilidad porque el homicida –del que hasta la Falange reconocía que era un demente– la hubiese dejado luego sobre la víctima. El juez instructor pidió el documento que apareció sobre el cadáver al jefe de Falange y éste respondió que fue intervenido por el Juzgado de Instrucción de Olvera y debía hallarse unido al expediente instruido en 1936 sobre el asesinato de Juan Campanario y que debía encontrarse en la Audiencia de Cádiz.
¿Declaraciones interesadas?
El juez instructor militar no se trasladó a Puerto Serrano, pero desde Cádiz exhortó al juez de instrucción de Olvera y a los municipales de Montellano, Coripe y Puerto Serrano para tomasen declaración a numerosos vecinos de los tres últimos municipios. Desde los distintos pueblos le fueron remitidas, entre otras, las declaraciones en las que Diego Pineda Vázquez y Francisco Rodríguez Morillo explicaban por qué no dieron parte del paradero de Orta cuando supieron que estaba oculto en la casa. También llegaron las declaraciones de José Ramírez Mariscal y del ex alcalde Francisco Pavón Gómez, los cuales aseguraron que estuvo recogiendo armas durante los primeros días del “Movimiento”. Ramírez lo describió además como “una persona mala y peligrosísima para la sociedad de personas de orden y su conducta moral pública y privada es pésima” y citó al secretario del Ayuntamiento y al farmacéutico Francisco Troya Uclés como personas que podían declarar sobre la recogida de armas. Francisco Troya dijo haberlo visto capitaneando un grupo armado mientras decía: “¡Vamos con los civiles! ¡Hay que prepararse con las armas!”, pero el secretario del Ayuntamiento, Andrés Bermúdez Román, negó tener constancia de aquellos hechos. Por otra parte, el informe de la Guardia Civil era confuso: decía que Orta no pudo apoderarse de las armas porque previamente se habían recogido por orden del alcalde.
La Audiencia de Cádiz informó el 15 de diciembre que el sumario instruido sobre el homicidio de Juan Campanario había sido destruido en 1936 por las “hordas marxistas”, lo que cerraba la posibilidad de continuar indagando la posible relación de José Orta con aquel suceso, aunque parece que el juez instructor estaba convencido de que no existía tal relación. Por otra parte, el capitán García Trujillo llegó a convencerse de que en algunos informes y declaraciones inculpatorias –como la de Francisco Pavón– existían “evidentes muestras de represalias por resentimientos personales”; creyó conveniente hacer algunas averiguaciones sobre los acusadores y solicitó a la Guardia Civil informes reservados acerca de la conducta político-social y particular de José Ramírez Mariscal y de los hermanos Troya Uclés. El comandante del Puesto de Puerto Serrano informó favorablemente sobre Ramírez Mariscal, pero no sobre los Troya: dijo que Jerónimo, el jefe de Falange, era “una figura decorativa sin iniciativa propia y sí la que recibe por asesoramiento de sus familiares y ciertas intimidades particulares”. El informe sobre su hermano Francisco decía que en 1936 no se le permitió ingresar en Falange por estar considerado “impugnador de toda disposición oficial” y que era “un individuo de carácter irascible, censurador de la vida privada de todo el mundo [...] y provocador”. Todos aquellos extremos fueron confirmados verbalmente por el párroco.
Libre y sin declaración de responsabilidad
El capitán García Trujillo dio por terminada la investigación el 22 de enero de 1944, pero José Orta llevaba ya más de cuatro meses en libertad condicional. La solicitó el 28 de julio de 1943, al cumplirse los tres meses de prisión preventiva. García Trujillo informó favorablemente su petición por estimar que no existían pruebas por las que pudiese ser condenado a ninguna pena grave y Orta salió el 16 de agosto de la Prisión Provincial de Cádiz. Su hija menor, a la que llamaron Esperanza, acaba de nacer.
El resumen de las diligencias practicadas por el Juzgado de Instrucción militar dejaba constancia de las divergencias entre los distintos informes y declaraciones, de la convicción a la que había llegado García Trujillo de existir muestras de resentimiento en algunos de los inculpatorios y de los informes reservados sobre la “calidad de algunos acusadores”. El resultado de todo ello fue que la Auditoría de la Segunda Región Militar concluyó propuso dar por terminadas las diligencias previas sin declaración de responsabilidad: “Resulta de lo actuado que el encartado JOSÉ ORTA REBOLLO, de antecedentes izquierdistas, desempeñó el cargo de alcalde en Puerto Serrano al proclamarse la República, pero no consta que durante el Movimiento Nacional haya tomado parte en hechos delictivos”. Finalmente, el 10 de febrero de 1944, el capitán general, conforme con el dictamen de la Auditoría, dio por terminadas las actuaciones judiciales sin declaración de responsabilidad.
Desde julio de 1936 hasta abril de 1943, José Orta Rebollo estuvo dos meses errando por la sierra, dos años y medio en el Rancho Las Ratas y cuatro en el sobrado: seis años y ocho meses oculto. Nunca sabremos con certeza qué le habría ocurrido si se hubiese quedado en Puerto Serrano en 1936, pero probablemente la huida le salvó la vida y el autopresidio junto a su familia y en su propia casa fue, sin duda, menos penoso que el encarcelamiento de otros vecinos de Puerto Serrano que en 1937 y 1939 fueron juzgados por tribunales militares y estuvieron recluidos en presidios como la Colonia Penitencia de El Dueso (Santoña), la Prisión Central de Tabacalera (Santander) o la Prisión Central del Puerto de Santa María.