lunes, 11 de noviembre de 2013

Pedro Pérez Álvarez, alcalde socialista de Torre Alháquime*

Fernando Romero Romero
Recuperando la Memoria de la
 Historia Social de Andalucía (CGT-A)


1. Socialistas contra republicanos

Pedro Pérez Álvarez
Al contrario de lo que ocurrió en la mayor parte de los municipios gaditanos, la proclamación de la II República en 1931 no supuso un revulsivo inmediato para la vida política del pequeño pueblo de Torre Alháquime. Los labradores e industriales que fueron alcalde y concejales durante la última fase de la monarquía se presentaron a la reelección y, sin candidato alguno que ofreciese una alternativa frente a estos representantes de la pequeña oligarquía local, el artículo 29 de la ley electoral les permitió perpetuarse en el gobierno municipal. Algo muy parecido a lo que ocurrió en otros pueblos de la sierra donde el fuerte arraigo del caciquismo y la desmovilización de la izquierda política también permitieron la imposición de los monárquicos, pero con la diferencia de que en Torre Alháquime no se repitió la elección en mayo. Con un oportuno u oportunista cambio de chaqueta, los que antes eran monárquicos continuaron controlando la administración local bajo el signo del republicanismo lerrouxista. Habría que esperar dos años para que entrase sangre nueva en la corporación municipal.[1]

Los socialistas no tuvieron representación en el Ayuntamiento de 1931, pero las elecciones que se celebraron en abril de 1933 para renovar las corporaciones municipales que habían sido elegidas por el artículo 29 no los sorprendieron desmovilizados. Quien entonces presidía la Sociedad Obrera Socialista «El Trabajo»[2] era Pedro Pérez Álvarez, un obrero agrícola del humilde Barrio de San Roque a quien todos conocían como «el de Joaquín». Había nacido en 1890 y estaba casado con Juana Guerra Cuadro, con quien tuvo cinco hijos. Cuando se proclamó la República era ya un hombre maduro, con más de cuarenta años, y no tardó en convertirse en uno de los militantes de confianza del sindicato. Indicativo de ello es que fue uno de los dos vocales obreros de la comisión local de Policía Rural, el organismo creado para vigilar el estricto cumplimiento de la legislación agraria socialista en los predios del término municipal. Él fue quien encabezó la candidatura socialista que el 23 de abril de 1933 compitió en las urnas con los señoritos republicanos. Los socialistas coparon los nueve puestos de la corporación y Pedro Pérez fue elegido alcalde el 10 de mayo de 1933.[3]

Esa misma corporación, que fue cesada gubernativamente en octubre de 1934, volvió a hacerse cargo del gobierno municipal tras la victoria electoral de Frente Popular. El 21 de febrero de 1936 los socialistas acudieron a la casa consistorial con una bandera roja y el alcalde saliente, el radical Juan Villalva Mejías, fue el único miembro de la corporación radical-cedista que asistió al acto de reposición.[4] Al día siguiente, en la primera sesión ordinaria que presidió Pedro Pérez como alcalde, se reestructuró la composición del equipo de gobierno al ser designados Andrés Castro Rodríguez y José Pérez Álvarez para los puestos de primer teniente de alcalde y regidor síndico.[5]

No ocurrió como en otros municipios, donde las corporaciones procedentes de las elecciones de 1931 fueron reemplazadas por comisiones gestoras en las que estaban representadas todas las organizaciones del Frente Popular. Y no es que los partidos que había en Torre Alháquime en 1936 fuesen los mismos que en 1931 y 1933. En 1935 se había creado la agrupación local de Izquierda Republicana,[6] una organización minoritaria cuyos afiliados no eran jornaleros agrícolas como los del centro socialista, sino pequeños agricultores y modestos industriales y de la que fue presidente el comerciante Juan Cubiles Castro. Cooperó estrechamente con los socialistas en la campaña electoral y su presidente también lo fue del comité local del Frente Popular, que se constituyó el 23 de marzo de 1936, pero los conflictos entre unos y otros no tardaron en surgir. El secretario del partido azañista en esa fecha era el hortelano Casimiro Mejías Fernández y según él «ni los socialistas podían ver a los de Izquierda Republicana ni estos a los socialistas, pues todo el mundo sabe que lo que querían unos y otros era mandar». Decía que Cubiles «no deseaba otra cosa en su vida que mandar, quería imponerse a los elementos socialistas y que estos estaban a matar con el Cubiles».[7] Es posible que el origen del conflicto radicase en el monopolio que tenían los socialistas sobre la administración local. Quizás Cubiles esperaba entrar en el Ayuntamiento en calidad de gestor y los socialistas se opusieron a reorganizar la corporación, o pudo ocurrir simplemente que estos no permitieron que interfiriese en la gestión municipal. Sean cuales fuesen los motivos, lo cierto es que terminaron enfrentados públicamente. En alguna ocasión Cubiles salió a la calle diciendo «que los socialistas eran unos enchufistas y que no tenían dignidad», a principios de julio tuvo un altercado con un empleado y Pedro Pérez mandó encerrarlo en la cárcel municipal.[8] Juan Cubiles se fue arrimando a la extrema derecha desde que empezaron sus problemas con los socialistas, se puso en contacto con la Falange de Olvera e incluso se ofreció a organizar el partido fascista en Torre Alháquime.[9]

2. Crisis y pactos de trabajo

Torre Alháquime tenía un censo obrero de más de doscientos jornaleros agrícolas. Unos pocos habían sido asentados en fincas de Reforma Agraria, pero la inmensa mayoría estaba en el pueblo a principios de 1936 y sufría una tremenda crisis de trabajo, particularmente grave por las incesantes lluvias. A mediados de marzo los parados acudían al Ayuntamiento pidiendo ayuda económica. Durante una semana se repartieron entre los cabezas de familia 496,20 pesetas en socorros de pan y se colocaron algunos desempleados en las obras del camino de La Ermita al abrevadero público.[10] Las arcas municipales no daban para más. Si no había dinero público para socorrer a los parados, la única alternativa que quedaba para paliar la crisis de trabajo era cargar a los agricultores y contribuyentes el mantenimiento de los obreros en paro. Eso se hizo en Torre Alháquime, lo mismo que en otros pueblos de la comarca, donde los alcaldes convocaron a delegaciones de patronos y obreros para negociar «pactos de trabajo» que solucionasen la crisis.[11] El gobernador insistía a los alcaldes para que buscasen soluciones a la crisis y envió a los pueblos delegados suyos –con más capacidad de presión que los alcaldes– para que mediasen entre las organizaciones obreras y patronales. En Torre Alháquime se presentó el 17 de marzo el delegado gubernativo Tomás Merino Bueno y fue él directamente, y no Pedro Pérez, quien citó a treinta contribuyentes y agricultores del término y a cuatro hacendados forasteros para que acudiesen el 19 a la asamblea que se celebraría en la casa consistorial.

El acuerdo se cerró el 20 de marzo y la patronal se comprometió a emplear a 102 obreros en paro durante un período de cincuenta días. Los obreros recibirían jornales de 4,50 pesetas si trabajaban en la escarda, 6,00 si lo hacían en huertas o en la cava de viñas y un subsidio de 2,00 si las lluvias impedían trabajar. Como la mayor parte del término estaba ocupada por latifundios que se explotaban en régimen de arrendamiento o aparcería, hubo que acordar los porcentajes del coste del pacto que correspondía asumir a la propiedad y al cultivador directo. En el caso de fincas arrendadas, los colonos deberían pagar dos terceras partes del importe del jornal y el propietario el tercio restante y las proporciones se invertirían cuando hubiese que abonar el subsidio por días de lluvia. En las fincas explotadas en régimen de aparcería el coste de los jornales se repartiría a partes iguales entre propietarios y aparceros. El 50 % de los obreros beneficiarios del pacto serían elegidos directamente por los patronos y la otra mitad entrarían a través de la bolsa de trabajo que controlaba el Ayuntamiento, pero siempre dando prioridad a los cabezas de familia y, una vez colocados estos, a los hijos de familias numerosas.[12]

De este modo se consiguió mitigar y aplazar las consecuencias de la crisis de trabajo hasta el 9 de mayo. La patronal tendría que desembolsar entre 10.200 y 30.600 pesetas dependiendo de las condiciones meteorológicas y del tipo de faena en que se emplease a los parados y el 77 % de los 102 obreros a los que había que dar trabajo tendrían que ser colocados en San Fernando, San Francisco y Niza. Los socialistas estaban de acuerdo con la solución acordada para salir de la crisis, pero eran conscientes de que eso solo era un parche que aplazaba el problema sin darle una solución real. A finales de abril propusieron que los cortijos San Fernando y San Francisco fuesen explotados directamente por el sindicato en régimen de arrendamiento colectivo. De haber prosperado la petición, los grandes perjudicados no habrían sido los propietarios de los latifundios, que al fin y al cabo continuarían recibiendo una renta por sus tierras, sino los agricultores del pueblo que entonces las llevaban en arrendamiento.

El pacto del 20 de marzo solo fue un paliativo temporal y en cuanto concluyó se volvió a la misma situación de antes. El Ayuntamiento volvió a echar mano de las obras públicas a cargo de la décima sobre contribuciones y durante una semana a partir del día siguiente a la conclusión del pacto empleó a trece o catorce obreros con jornal de 4,00 pesetas en las obras del camino de La Ermita al abrevadero. A mediados de mayo Pedro Pérez comunicó a sus compañeros de corporación que diariamente se le presentaban «grupos de obreros en demanda de socorros a los cuales no puede aliviar por la falta de recursos de este Ayuntamiento». Lo autorizaron a convocar a la patronal de pueblo para pedirle de nuevo cooperación en la solución de la crisis y el 19 de mayo consiguió que se comprometiese a desembolsar una nueva contribución económica para atender a los parados. Aceptaron pagar un recargo del 5 % sobre sus cuotas del impuesto de Utilidades, pero con la condición de que también lo hiciesen los propietarios forasteros y que los colonos sin casa abierta que no pagaban impuesto de Utilidades abonasen una peseta por cada fanega de tierra que llevaban.[13]

3. Resistencia republicana

Cuando la rebelión iniciada en Marruecos ya se había extendido a la península y mientras los golpistas empezaban a imponerse rápidamente en Cádiz, en Jerez de la Frontera y en los principales núcleos urbanos de la provincia,[14] el cabo Salvador Campillo y los guardias de Torre Alháquime, que habían recibido órdenes de concentrarse en la cabecera de línea, abandonaron el puesto sin haber declarado el estado de guerra. Reunieron a sus familias, cogieron el equipaje más imprescindible y se marcharon a Olvera. Ni Pedro Pérez Álvarez, ni la corporación municipal que presidía, ni el sindicato socialista tuvieron dudas a la hora de decidir la postura que debían adoptar ante la sublevación. La primera reacción fue declarar una huelga general. Era una forma de protestar contra el golpe. «Durante el dominio rojo dieron una orden los elementos directivos de la UGT de que se suspendiera el trabajo», recordaría luego un afiliado del sindicato.[15] Entre los días 20 y 22 se decidió desarmar a la gente de derecha –los que aplaudían a los rebeldes– y organizar patrullas de obreros para vigilar las entradas del pueblo. ¿Quién tomó la iniciativa? El socialista Diego Medina Guerra decía que en el ayuntamiento hubo una reunión en la que el alcalde decidió armar a los obreros,[16] pero otras fuentes indican que fue el presidente del sindicato, Cristóbal Guerra Carreño, quien tuvo un papel más activo en la organización de la defensa.[17]

El armamento incautado se depositó en el ayuntamiento. Era el punto de donde salían y donde se relevaban las patrullas de obreros que montaban guardia en las entradas del pueblo, en La Ermita, El Camorro, Los Corrales, Vereda Ancha, La Casilla, el cruce de la carretera de Cuevas del Becerro y otros lugares estratégicos. Los servicios de armas empezaron siendo voluntarios, pero luego se hicieron obligatorios y todos los militantes del sindicato eran llamados por turno para hacerlos.[18] Las armas eran pocas y se devolvían cada vez que cambiaba el turno de guardia. Según las declaraciones de algunos de ellos, cuando los llamaban para hacer un servicio les entregaban la escopeta y escasa munición. Los que estaban apostados en los accesos del casco urbano controlaban a quienes entraban y salían.

La intervención de la actividad económica para asegurar el abastecimiento de la población comenzó a partir del día 24 o 25. Se incautaron de los hornos de pan y se exigió a los agricultores y comerciantes del pueblo la entrega de las reservas de trigo y otros alimentos, que también fueron almacenados en el ayuntamiento.[19] Según el falangista Antonio García Partida, Pedro Pérez implantó en Torre Alháquime «el comunismo libertario, prohibiendo él personalmente la venta de toda clase de artículos, almacenando en la casa ayuntamiento como economato todos los artículos de primera necesidad, que existían en poder de sus legítimos dueños, obligando a todos los vecinos a proveerse de dichos artículos mediante vales expedidos del comité revolucionario». Pedro justificó aquella decisión diciendo que «en vista de que el pueblo tenía hambre y en las tiendas se exigía por éste los comestibles que había, él ordenó la traída al ayuntamiento de los efectos y comestibles que en ellas había y éstos eran distribuidos proporcionalmente a todo el vecindario de esta localidad».[20] Para las incautaciones se nombró un comité o comisión de la que formaban parte Francisco Villalva Blanco, Andrés Galán Luna y José Carreño Torres, que era vicesecretario del sindicato. A los propietarios afectados se les entregaba como justificante un vale que generalmente era expedido por Carreño o por el alcalde.[21] El ayuntamiento hizo las veces de arsenal, almacén y también de centro de distribución y racionamiento.

El 27 de julio pasó por Torre Alháquime una columna de milicianos y carabineros republicanos, procedente de Ronda, que se dirigía a Olvera y tuvo que detenerse en el pueblo mientras se reparaba el puente de Romaila, que dos días antes había sido inutilizado por un grupo de unos cuarenta hombres, del que formó parte Pedro Pérez, para impedir el tránsito de fuerzas rebeldes.[22] Según el alcalde, la columna estaba formada veintiséis o veintisiete camiones, abarrotados de gente con todo tipo de armamento. Calculaba que debían de ser alrededor de ochocientos hombres.[23] Se puede imaginar el impacto que la entrada de una columna de más de medio millar de milicianos y carabineros debió de producir en un pueblo cuya población rondaba los mil doscientos habitantes, sobre todo teniendo en cuenta que no fue pacífica. Los camiones quedaron estacionados en la entrada, pero los grupos de milicianos empezaron a subir al centro urbano. Saquearon el cuartel de la Guardia Civil, la iglesia y la casa del cura. En los incendios y saqueos intervino, junto con los forasteros, gente del pueblo. En la Causa General se indica que los autores fueron los miembros de la columna rondeña «en unión de los destacados del Centro Socialista de esta villa, no pudiendo precisarse los nombres de los autores por haber sido hecho en masa».[24]

La columna salió hacia Olvera de madrugada, pero se replegó cuando la mañana siguiente apareció un avión rebelde que también sobrevoló el casco urbano de Torre Alháquime, provocando que gran parte del vecindario abandonase el pueblo, que quedó prácticamente desierto. Algunos vecinos de derecha que estaban refugiados en las huertas aprovecharon esa circunstancia para subir a Olvera y unirse a las fuerzas golpistas que se estaban concentrando allí. Se armaron con fusiles que les dieron los falangistas de Mora Figueroa y se unieron a la columna de guardias civiles rebeldes que la tarde del 31 de julio ocupó Torre Alháquime. El pueblo solo estaba guarnecido por la improvisada milicia que organizó el sindicato socialista y los campesinos que vigilaban las entradas salieron corriendo en cuanto vieron aparecer la columna de guardias civiles. Entre ellos iba Pedro Pérez, a quien vieron salir a toda prisa, con una escopeta a cuestas.

4. Huida y regreso de Málaga

La gente de izquierda que huyó de Torre Alháquime a finales de julio de 1936 permaneció varias semanas refugiada en casas de campo próximas al pueblo que no estaban controladas por los rebeldes. Pedro estuvo en un olivar del cortijo Las Hormigas y formó parte de las patrullas de milicianos que hicieron servicios de armas en la zona hasta que la ocupación de Ronda en septiembre los obligó a retirarse hacia la serranía y el litoral malagueño. Los rebeldes ya habían causado alguna víctima en el pueblo durante el mes de agosto, pero la ofensiva sobre Ronda recrudeció la gran represión que segó las vidas de más de una veintena de hombres y mujeres de Torre Alháquime. Algunos de ellos fueron capturados por las partidas de falangistas y guardias civiles que batían los alrededores del término, pero otros se habían quedado voluntariamente, confiados en que sus vidas no peligraban. Entre los fusilados estaban dos miembros de la corporación municipal, Antonio Orozco Galván y Fernando Albarrán Contrera. Al parecer hubo un intento de asesinar a Juana Guerra, la esposa de Pedro: la llevaron encañonada al pueblo desde una casa de campo, pero el ex concejal radical Juan Casimiro Villalva impidió que la matasen.

Casi un centenar de vecinos, la mayor parte varones adultos, pero también algunas mujeres y niños, huyeron hacia la provincia de Málaga en septiembre de 1936. Pedro Pérez iba con dos de sus hijos, Pedro y Juan Pérez Guerra, de diecinueve y diecisiete años respectivamente. Su primer destino fue San Pedro Alcántara, pero de allí pasaron a Málaga para evitar que los muchachos fuesen alistados en la columna anarquista de Pedro López Calle. En la capital se habían concentrado miles de refugiados procedentes de las provincias de Cádiz, Sevilla, Córdoba y de las comarcas malagueñas que ya estaban ocupadas por los rebeldes, y los refugiados de algunas localidades serranas constituyeron comités que fueron sus órganos de representación.[25] Pedro fue el responsable de distribuir entre los refugiados de Torre Alháquime, Alcalá del Valle y Setenil los subsidios que les asignó el comité de la ciudad, una tarea en la que a veces era auxiliado por uno de sus hijos y por el concejal Francisco Medina Trujillo.

5. Consejo de guerra y ejecución

Juan y Pedro Pérez Guerra consiguieron pasar de Málaga a las provincias orientales antes de que la ciudad fuese ocupada por el ejército rebelde en febrero de 1937, pero el padre estaba hospitalizado desde varias semanas antes. Al menos treinta hombres y mujeres huidos de Torre Alháquime quedaron atrapados en la capital y su entorno. La mayor parte de ellos llegó al pueblo a mediados de mes. Fueron detenidos e interrogados en el cuartel de la Guardia Civil. Quienes no eran considerados peligrosos o contaban con el aval de algún derechista del pueblo fueron liberados, pero veintidós quedaron encarcelados en el depósito municipal o en La Casilla. Pedro continuó algún tiempo hospitalizado en Málaga y fue uno de los últimos que regresaron. Juana, su compañera, trabajaba como empleada doméstica en casa del labrador Cristóbal Villalva Márquez y este lo avisó a través de su hijo, Juan Manuel Villalva Zamudio, para que no volviese al pueblo, pero se presentó el 27 de marzo. Lo detuvieron inmediatamente, como habían hecho con quienes llegaron antes que él.

La Orden General del Ejercito del Sur de 3 de marzo había marcado las pautas para instruir las diligencias sobre los antecedentes políticos y actitud que adoptaron frente al golpe los que regresaban de la zona roja. El teniente de la Guardia Civil de Algodonales, Guillermo Torres Pons, instruyó las diligencias correspondientes a Pedro Pérez y otros quince vecinos entre el 30 de marzo y el 3 de abril. Cada expediente constaba de la declaración del propio encartado, las de dos testigos que deponían sobre su conducta, la del comandante de puesto, un informe del jefe de Falange y el resumen de lo actuado. La instrucción de cada expediente se completaba en el día, de modo que el 3 de abril, que fue la jornada más intensa de trabajo, el teniente y el cabo que lo asistía como secretario tomaron treinta y cuatro declaraciones entre las de detenidos, testigos y las del comandante de puesto, además de redactar ocho resúmenes. Salvo una excepción, los testigos que comparecieron ante el juzgado eran los derechistas del pueblo y numéricamente fueron menos que los encartados, solo trece, pues algunos declararon en más de una diligencia.

Los derechistas que testificaron sobre la conducta del alcalde fueron los industriales Juan Calle García y Enrique Carrasco Domínguez. Juan Calle era un comerciante que había sido afectado directamente por las incautaciones de alimentos que ordenó Pedro Pérez «en los tres días que se vivió el comunismo en esta localidad» y lo acusó de haber actuado «unas veces con amenazas y siempre con exigencias» cuando siendo alcalde reunió a los industriales y propietarios del pueblo para que contribuyesen a sostener a los parados. Enrique Carrasco, que había sido concejal radical durante la República y luego formó parte de la comisión gestora impuesta por los golpistas, también lo acusó de ordenar la incautación y racionamiento de alimentos y además añadió que lo vio armado por la calle y que él mismo fue detenido por orden suya «por exigirle la entrega de una escopeta de su propiedad la cual no tenía por haber entregado en el cuartel de la Guardia Civil». Según el jefe de Falange, Antonio García Partida, fue Pedro quien mandó desarmar a la derecha y lo acusó de ordenar a los milicianos que hacían guardia en la entrada del pueblo que disparasen contra un guardia civil y un soldado rebelde que pasaron cerca del casco urbano el 27 de julio, justo antes de que llegase la columna de Ronda, y que huyeron en dirección a Olvera. El cabo Salvador Campillo, que no conocía los hechos de primera mano, puesto que estuvo concentrado en Olvera mientras sucedió todo aquello, también informó de que fue él quien ordenó el desarme de la derecha y la incautación de aparatos de radio, ordenó el servicio de vigilancia en los extramuros y «dio facilidades en el alojamiento» a la columna rondeña, si bien matizó que le constaba que «obró así instigado por la junta directiva de la Casa del Pueblo que lo dominaba».

 Los expedientes instruidos por el teniente Torres se enviaron al Gobierno Militar de la provincia, que a su vez los remitió al Consejo de Guerra Permanente de Cádiz, a quien correspondía la decisión de transformar las diligencias previas en procedimiento sumarísimo por delito de rebelión militar. Se ordenó continuar la tramitación de los dieciséis y, siguiendo la práctica ordinaria de agrupar en un solo sumario a los encartados por hechos conexos, todos quedaron unidos en el 190-37. Para la tramitación del procedimiento se designó al teniente honorífico del Cuerpo Jurídico Militar Manuel Moreno Herrera. El 22 de abril se personó en Torre Alháquime con el cabo de Infantería Bartolomé Llompart Bello[26] en función de secretario para tomar la declaración indagatoria a los encartados y para que los testigos ratificasen o ampliasen las suyas. Los encartados confirmaron lo que ya tenían declarado, excepto Fernando Barriga que ratificó su primera declaración, pero a continuación negó que fuese cierto que había pertenecido a un batallón de milicianos en Málaga, como constaba en aquella. El cabo y los testigos también ratificaron las suyas, aunque algunos tuvieron que rectificar y admitir que no fueron testigos directos de los hechos sobre los que habían depuesto. Al terminar la jornada, Moreno Herrera había tomado sesenta y tres declaraciones y también tenía redactado el auto-resumen que declaraba a los encartados procesados y presos por delito de rebelión.

El auto-resumen imputaba a diez de los procesados el haber prestado servicios de armas para hacer frente a las «fuerzas nacionales», varios de ellos habían intervenido además en registros domiciliarios y en el saqueo de la iglesia y del cuartel y dos fueron milicianos en Málaga. Pedro Pérez aparecía como responsable de ordenar incautaciones y de atender a la columna de milicianos el 27 de julio. La responsabilidad de Roque Morales se agravaba al presentarlo como el «jefe de escopeteros» que organizaba los servicios de guardias y que ordenó la persecución de un guardia civil y un soldado rebelde que pasaron cerca de Torre Alháquime poco antes de que llegase la columna rondeña y que fueron tiroteados y perseguidos los milicianos. Las imputaciones más graves son las que se hicieron a Diego Medina: servicios de armas en el pueblo, el hallazgo de explosivos en su domicilio, intervenir en los asesinatos de varios derechistas y alistarse en un batallón de milicias en Málaga. El resumen pasó por alto la declaración de un testigo que aseguraba haber visto con armas a José Carreño Torres, pero fue imputado como uno de los responsables del comité de abastecimientos. Las mujeres no hicieron servicios de armas, pero intervinieron en los saqueos. Tampoco había constancia de que el concejal Pedro Marín y Lorenzo García Sacie hubiesen tomado las armas, pero al primero se le había visto «predicar a los obreros el desorden» y se le consideraba responsable de tomar con el resto de la corporación municipal «el acuerdo de sumarse a las fuerzas rojas que entraron en el pueblo» y el segundo era presentado como un activo propagandista de ideas de izquierda. Por último, a José Morilla Vicario, que no estaba afiliado a organizaciones de izquierda, se le acusaba de robar una casa del pueblo mientras la gente del pueblo huía al campo por miedo al avión rebelde la mañana del 28 de julio. La fase de instrucción sumarial había quedado concluida en un solo día y el expediente estaba listo para que el Consejo de Guerra señalase la fecha de la vista.

Centenares de hombres y mujeres de la sierra fueron puestos a disposición de los juzgados militares en la primavera de 1937. Los sumarios se instruyeron rápidamente, como el de Torre Alháquime, y durante el mes de mayo el Consejo de Guerra Permanente de Cádiz se desplazó a la comarca para la celebración de los juicios. Hubo consejos de guerra colectivos entre los días 5 y 10 en Arcos de la Frontera; el 11 y 12 en Villamartín; del 14 al 18 en Algodonales; el 20 en Grazalema, el 21 y 22 en Ubrique y el 23 de nuevo en Villamartín. La vista de la causa 190-37 se celebró en Algodonales el 15 de mayo. Los reos fueron trasladados a esta localidad al menos dos días antes y designaron como defensor al teniente Federico Sahagún Repeto, pero las garantías procesales del juicio eran mínimas. Al defensor solo se le permitía examinar el sumario durante tres horas y desde Sevilla se habían dado instrucciones para que fuesen condenados a muerte todos los que hubiesen sido milicianos e incluso se indicaron las proporciones que debían guardar entre sí las penas dictadas por los tribunales castrenses.[27] Así las cosas, no sorprende que el fiscal solicitase la pena de muerte para catorce reos y que el tribunal, presidido por el comandante Cipriano Briz González, la dictase para once. A los otros cinco les impusieron penas de veinte a treinta años de cárcel. El criterio fue sancionar con la pena capital a todos los que hicieron servicios de armas o intervinieron en saqueos, excepto dos que no fueron considerados peligrosos; y también se condenó a muerte a Pedro Marín, que no hizo servicios de armas pero lo responsabilizaron de organizar la resistencia con el alcalde. Tanto las acciones de resistencia como la violencia revolucionaria se tipificaron como rebelión militar. A la práctica de la justicia al revés se sumó la premisa de que las organizaciones del Frente Popular habían dado la consigna de «verificar cuantas destrucciones, saqueos y actos de violencia fueren posibles para oponerse a nuestras armas» y de ahí se concluyó que «tan indudable es la rebelión de aquellos que empuñaron las armas y con ellas lucharon contra nuestro ejército como la de los que realizaron los excesos y violencias por el gobierno faccioso y organizaciones dependientes aconsejada, y en este sentido han de merecer la calificación de rebeldes total y plenamente unos y otros, sea cualquiera la forma de su actuación de las dos anteriormente señaladas». Cuando oyeron la petición del fiscal, Pedro Marín y Pedro Pérez dijeron «que es mucha la pena que se le[s] pide» y el segundo añadió «que durante su gestión como alcalde nada anormal ocurrió en el pueblo».

La sentencia se dictó el mismo día del juicio, pero no se les comunicó inmediatamente porque antes tenía que aprobarla el auditor de guerra y las condenas a muerte requerían el «enterado» del cuartel del generalísimo. Con la causa ya juzgada, no era necesario mantener a los presos en el pueblo, donde además de generar un gasto de alimentación requerían el establecimiento de un dispositivo de vigilancia en el edificio habilitado como cárcel. Los varones fueron enviados al Penal del Puerto de Santa María y las mujeres a la Prisión Provincial de Sevilla, desde donde las trasladarían a los pocos días a la Prisión del Partido del Puerto de Santa María. El «enterado» de Franco llevaba ya una semana en las oficinas de la Auditoría de Guerra en Sevilla cuando los hombres ingresaron el 19 de junio en el Penal de El Puerto. Las condenas a muerte de María Jiménez y Trinidad Morales fueron conmutadas por reclusión perpetua (30 años), pero las de los varones habían sido ratificadas.

Les notificaron la sentencia el 1 de julio y el día 2 se procedió a la ejecución. En la cárcel les ofrecieron servicios de capilla y de madrugada fueron entregados a la Guardia Civil. Los llevaron al cementerio de la ciudad, a la espalda del cuarto patio, donde fueron fusilados por un piquete de la Guardia Civil en presencia del comandante militar de la plaza y de fuerzas de Infantería, Carabineros, Falange y Milicias Nacionales. Los cuerpos sin vida fueron reconocidos por el médico forense Luis Bootellos y los enterraron en dos fosas comunes del cuarto patio. A diferencia de las muertes causadas por la represión inicial de 1936, los fusilamientos de julio de 1937 no fueron asesinatos sino ejecuciones. Dejando aparte la cuestión de la legalidad, legitimidad y falta de garantías procesales de la Justicia Militar rebelde, la existencia de procedimiento judicial, tribunal y sentencia nos sitúa en un plano distinto del «terror caliente» de 1936. Las víctimas de la represión inicial fueron enterradas en fosas comunes irregulares fuera de los cementerios y la inmensa mayoría no se inscribió en el Registro Civil, por lo que a efectos legales no eran más que desaparecidos. Eso no ocurre con los condenados a muerte por los tribunales militares, pues la norma es que en la diligencia de ejecución de la sentencia se incluyan el certificado de enterramiento en el cementerio y el de defunción. En la diligencia de los condenados de la causa 190-37 se indica que fueron «enterrados en el Cementerio Católico de esta ciudad, en el patio primero, lado derecho, letra A, y lado izquierdo letra B». Las defunciones de los nueve ejecutados se inscribieron en el libro 59 del Registro Civil de El Puerto de Santa María. La de Pedro Pérez, en el folio 141.[28]



6. Los hijos y los compañeros de la corporación

Los concejales socialistas Antonio Orozco Galván y Fernando Albarrán Contrera fueron asesinados por los rebeldes en septiembre de 1936. Pedro Marín Salguero fue condenado a muerte y fusilado en El Puerto de Santa María a la vez que el alcalde. José Pérez Álvarez también estuvo refugiado en la provincia de Málaga; no fue encausado por la justicia militar cuando regresó en febrero, pero lo detuvieron cuando su reemplazo fue llamado a filas a finales de año; estuvo varios meses encarcelado y lo juzgaron en Cádiz el 12 de mayo de 1938, pero fue absuelto. Enrique Guerra Valiente y Andrés Castro Rodríguez regresaron cuando terminó la guerra y ambos fueron juzgados en Olvera el 15 de julio de 1939; al primero lo condenaron a 6 años y 1 día de reclusión por excitación a la rebelión y al segundo a 8 años y 1 día.[29]

Juan Pérez Guerra
Los dos hijos mayores del alcalde, Juan y Pedro Pérez Guerra, sobrevivieron a la guerra. Juan se exilió en Francia y Pedro regresó a Torre Alháquime desde Madrid en 1939. En enero de 1938 se había incorporado en la capital a la 152 Brigada de Carabineros y lo destinaron al sector del cerro de los Ángeles. Cuando volvió al pueblo lo detuvieron y lo acusaron –como a casi todos los que retornaban– de participar en «huelgas revolucionarias», en la manifestación del 1º de Mayo de 1936, que acabó en una colisión entre guardias civiles de puesto de Olvera y obreros de Alcalá del Valle y Torre Alháquime, de intervenir en el saqueo de la iglesia y del cuartel el 27 de julio y de hacer guardias como miliciano. Y él –como casi todos– negó cuanto dijeron los acusadores. Decía que estuvo en la carretera por donde pasó la manifestación, pero que no participó en ella, que el 18 de julio estaba en Arcos de la Frontera, que pasó tres días trabajando en la carretera de Zahara de la Sierra y que cuando regresó a Torre Alháquime solo permaneció en el pueblo dos o tres horas y luego se marchó al rancho Las Monjas, del término de Setenil, donde estuvo trabajando hasta que las columnas rebeldes ocuparon la zona. Ni el juez instructor y ni el tribunal creyeron su versión, entre otras razones, porque la Guardia Civil exhibió una declaración del joven Francisco Guerra Romero en la que se citaba a Pedro y a su hermano Juan entre los miembros de la Juventud Socialista que intervinieron en los saqueos del 27 de julio. El 8 de marzo de 1940 fue juzgado en Jerez de la Frontera y lo condenaron a 12 años y 1 día por auxilio a la rebelión. Su itinerario carcelario había comenzado el 14 de abril de 1939 en el depósito municipal, de donde fue trasladado a la Prisión del Castillo de Santiago de Sanlúcar de Barrameda, Prisión del Partido de Jerez y Colonia Penitenciaria Militarizada de Dos Hermanas, donde recibió la libertad condicional el 14 de agosto de 1941.[30]   
      



* «Pedro Pérez Álvarez. Alcalde socialista de Torre Alháquime», publicado en S. MORENO TELLO (Coord.): La destrucción de la Democracia: Vida y muerte de los alcaldes del Frente Popular en la provincia de Cádiz. Junta de Andalucía, 2012, Vol. II, pp. 383-403.
[1] La conflictividad social y política en Torre Alháquime durante la República en  ROMERO ROMERO, Fernando, Socialistas de Torre Alháquime. De la Ilusión republicana a la tragedia de la Guerra Civil 1931-1946. Torre Alháquime, Ayuntamiento de Torre Alháquime, 2009; ROMERO ROMERO, Fernando, «Radicalización política y conflictividad social en la Sierra de Cádiz: Torre Alháquime 1936». Ubi Sunt?, nº 24 (2009), 108-117.
[2] La Sociedad Obrera Socialista El Trabajo se constituyó el 15 de mayo de 1931, siendo su fundador y presidente Francisco Cazalla Riquelme y Juan Mejías Villalva respectivamente (ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE CÁDIZ (abreviado: AHPC), Gobierno Civil, libro 474, inscripción nº 1.139).
[3] ARCHIVO MUNICIPAL DE TORRE ALHÁQUIME (abreviado: AMTA), Actas Capitulares (abreviado: AC), sesión de 10 de mayo de 1933. El resultado de la elección, en Boletín Oficial de la Provincia de Cádiz, nº 96 de 26 de abril de 1933.
[4] AMTA, AC, sesión de 21 de febrero de 1936.
[5] AMTA, AC, sesión de 22 de febrero de 1936.
[6] En el Registro de Asociaciones del Gobierno Civil consta Juan Cubiles Castro como presidente y fundador. Los estatutos se presentaron el 26 de julio de 1935 y se constituyó el 8 de agosto de 1935 (AHPC, Gobierno Civil, libro 476, inscripción nº 455).
[7] ARCHIVO DEL TRIBUNAL MILITAR TERRITORIAL nº 2 (abreviado: ATMT2), Sumarios, leg. 331, doc. 12.613.
[8] AMTA, Caja 188, «Expediente de multa gubernativa impuesta a las vecinas de esta Villa Margarita Márquez Márquez y Carmen Márquez Márquez por alteración del orden público».
[9] ATMT2, Sumarios, leg. 331, doc. 12.613.
[10] AMTA, AC, sesiones de 16-3-1936, 21-3-1936 y 28-3-1936.
[11] ROMERO ROMERO, Fernando, República, guerra civil y represión en Villamartín 1931-1946. Villamartín, Ayuntamiento de Villamartín, 2008, 212-216; ROMERO ROMERO, Fernando, Alcalá del Valle. República, Guerra Civil y represión 1931-1946. Alcalá del Valle, Ayuntamiento de Alcalá del Valle, 2009, 89-91.
[12] AMTA, Caja 85, carpeta «Trabajo», documento sin título [«Habiendo sido nombrado Delegado del Excmo. Sr. Gobernador…»].
[13] AMTA, AC, sesiones de 9 de mayo de 1936 y 16 de mayo de 1936.
[14] Sobre el golpe y operaciones militares en la provincia, véase ESPINOSA MAESTRE, Francisco, «Apuntes para la historia de la sublevación de julio de 1936 en Cádiz». Almajar, nº II (2005), 177-193; NÚÑEZ CALVO, Jesús Narciso, «La actuación de las columnas rebeldes en las Sierras de Cádiz y Ronda», en Juan Ortiz Villalba (ed.), Andalucía: Guerra y Exilio. Sevilla, Universidad Pablo de Olavide – Fundación El Monte, 2005, 71-88.
[15] ATMT2, Sumarios, leg. 1.199, doc. 30.701, ff. 5-6.
[16] Declaración de Diego Medina Guerra, en ATMT2, Sumarios, leg. 1.272, doc. 31.809.
[17] ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL (abreviado: AHN), Causa General, Cádiz, caja 1.061, 4ª Pieza, f. 2.
[18] El falangista Antonio García Partida decía que «al principio sólo hacían el servicio los que se prestaron voluntariamente, pero que después fue obligatorio para todos los asociados» (ATMT2, Sumarios, leg. 1.169, doc. 30.053).
[19] La fecha de inicio de las incautaciones aparece en un informe de la Guarda Civil de 15 de octubre de 1937 inserto en ATMT2, Sumarios, leg. 1.282, doc. 31.935, ff. 71-71v.
[20] Declaración de Pedro Pérez Álvarez, en ATMT2, Sumarios, leg. 1.272, doc. 31.809, ff. 27v.-28v.; informe del jefe de Falange en f. 31.
[21] Declaración de José Carreño Torres, en ATMT2, Sumarios, leg. 1.272, doc. 31.809 y de Francisco Villalva Blanco en leg. 1.176, doc. 30.180, f. 14.
[22] Informe de la Guardia Civil y declaración de Juan Casimiro Villalva Zamudio, en ATMT2, Sumarios, leg. 1.255, ff. 23-25. En un informe fechado el 9-12-1937 la Guardia Civil indica que «el día 24 se reunió la Gestora con los que formaban el Frente Popular, tomando el acuerdo que por la clase pudiente se facilitasen medios en cantidades y especies para los obreros, que para atender a cualquier eventualidad habían de abandonar el trabajo y para atender al Orden Público» (ATMT2, Sumarios, leg. 1.189, doc. 30.494, f. 5). 
[23] Declaración de Pedro Pérez Álvarez, en ATMT2, Sumarios, leg. 1.272, doc. 31.809. Según el informe de 15-10-1937 de la Guardia Civil, la columna estaba formada por unos seiscientos hombres.
[24] AHN, Causa General, Cádiz, caja 1.061, Pieza principal, f. 135.
[25] Sobre los refugiados en Málaga, véase PRIETO BORREGO, Lucía; BARRANQUERO TEXEIRA, Encarnación, Población y Guerra Civil en Málaga: caída, éxodo y refugio. Málaga, Diputación de Málaga, 2007.
[26] Bartolomé Llompart Bello (1912-1983) fue un conocido periodista gaditano. Estudió en la escuela periodística del diario católico El Debate, dirigida por Ángel Herrera Oria, y desarrolló su carrera profesional en Cádiz, donde trabajó en los periódicos La Información, Hoja del Lunes, Diario de Cádiz y fue corresponsal de ABC. También fue presidente de la Asociación de la Prensa de Cádiz.
[27] NÚÑEZ CALVO, Jesús Narciso, «La represión y sus directrices sevillanas en la provincia de Cádiz». Almajar, nº II (2005), 195-208.
[28] ATMT2, Sumarios, leg. 1.272, doc. 31.809.
[29] ATMT2, Sumarios, leg. 1.189, doc. 30.494; leg. 1.246, doc. 31.487; y leg. 1.263, doc. 31.713.
[30] ATMT2, Sumarios, leg. 1.272, doc. 31.807.

miércoles, 16 de octubre de 2013

El guardián de la memoria

andalucesdiario.es | Carmen Rengel | Miércoles 16-10-2013

Estos días ha muerto Israel Gutman, posiblemente el mejor historiador del Holocausto nazi. Escribió sobre lo que vivió, superviviente como era de tres campos de exterminio, sin padres ni hermanos por el asedio al gueto de Varsovia –donde luchó en la resistencia judía y quedó lleno de metralla y ciego de un ojo-, pionero en emigrar a un Israel aún no creado, hombre de campo transformado en profesor e investigador por el ansia de contar al mundo, de hacer que todos supieran, que nadie dudara de la pesadilla. Gutman no trabajaba desde su primera persona sufriente, sino desde la franqueza del historiador fiable, prosa limpia e hiriente por el peso de la verdad, que era su meta, ordenada y precisa, para impedir la desmemoria.

Cuando Gutman daba conferencias o acudía a un instituto a hablar a los adolescentes, era todo pasión, humor, entrega. Siempre al pie de los hechos, pero también siempre irónico, con puyas para los bienintencionados gobiernos aliados que se cruzaron de brazos y los ciudadanos que volvían la cabeza hacia otro lado, siempre crítico y temeroso de repetir los mismos errores, de no aprender, de no hacer justicia en la medida necesaria. Un señor lúcido y humano, pese a que un día quisieron despojarlo de su condición de hombre. Así fue hasta sus 90 años.

Siempre que veía a Gutman pensaba en lo bien que se llevaría con un hombre tan parecido a él como Cecilio Gordillo. El israelí sólo hubiera reprendido sus camisetas, muchas veces con lemas reivindicativos, muy políticas, frente a sus chalecos clásicos de cuello de pico y el pantalón de pinzas. Serían buenos colegas. A Gordillo ustedes lo conocerán por ser el coordinador del proyecto Todos los nombres –“Que mi nombre no se pierda en la Historia”, es el lema de esta base de datos de víctimas del franquismo- y como impulsor del grupo de memoria histórica del sindicato CGT. Yo lo tengo por la fuente más fiable y entrañable que he tenido en mi carrera y creo que nadie nunca le hará la competencia ni siquiera mínimamente.

Cecilio vive para recordar y para actuar. La imagen de Pepito Grillo, de conciencia de los olvidadizos pinochos, se queda corta con él. Es cabezota, peleón, escéptico pero no descreído ni cínico, curioso en extremo, convencido de que su obligación es no callar, ni poner buena cara para agradar. Sus tirones de orejas duelen. No se deja embaucar por los despachos de alfombras mullidas, a los que va sólo a pedir lo que cree justo. Nunca agranda las cifras ni las historias, que bastante duras son, y por eso de él se fían los grandes historiadores como Paul Preston. No tiene doblez, no engaña. Es un cacho de pan a las buenas y un ciclón a las malas. Sólo con los malos. “Íntegro” debería ser su tercer apellido.

No están leyendo una loa al amigo. Esto es más bien una queja ante la incomprensible falta de reconocimiento de un hombre entregado a reducir el dolor aplicando justicia como bálsamo a los descendientes de los muertos, detenidos, humillados, esclavizados y perseguidos de la Guerra Civil española y la dictadura posterior. Alguien, algún día, debería acordarse de este extremeño de origen para una Medalla de Andalucía o como Hijo Predilecto. Seguro que le espanta la idea del boato y el politiqueo glosando sus méritos. Pero se lo merece. Por eso debe trascender a la calle su impagable tarea.

De su gente y su equipo fueron los primeros pasos serios para reivindicar la memoria histórica en España, cuando nadie había acuñado aún esa etiqueta, cuando en ninguna agenda estaba la prioridad de cerrar la herida del desconocimiento y la angustia. La sociedad se sumó a su empeño, lentamente, y la maquinaria rodó sólo porque Cecilio y los suyos, junto a otras asociaciones pioneras, estaban ahí para echar una mano. Empezó buscando a los anarcosindicalistas perseguidos por el fascismo, pero descubrió demasiado como para enterrarlo doblemente en los archivos.

Su voz, incansable, alerta, ha llevado a las nuevas generaciones a conocer el Canal de los Presos del Bajo Guadalquivir levantado por miles de republicanos; el campo de concentración de Los Merinales, el mayor de los más de 150 que había en España; las vidas de Melchor Rodríguez o Pedro Vallina; el dolor de los andaluces de Mauthausen; los barcos-checa del sevillano Muelle de la Sal; la vida de los presos políticos en la cárcel de La Ranilla. Cecilio grita que no se puede hacer merchandising con Casas Viejas -¿recuerdan el Hotel Utopía?-, que no se puede ocultar información en un registro civil en plena democracia. Es el hombre de temple que pide “cordura y prudencia” cuando se busca a Federico García Lorca en Alfacar y que murmura temblando un nombre, San Rafael, que ni millones de noticias por venir podrán sepultar en mi mente. Sin Cecilio, sin su pelea y las ondas que genera su movimiento pesado y cojo, no tendríamos enterrados en paz a 2.840 malagueños.

“No son, a simple vista, sólo huesos”, como canta Pedro Guerra. No para hombres como este hombre. No para el guardián de la memoria. Tampoco debería serlo para las administraciones que cercenan presupuestos, que ponen en jaque lo avanzado. El ruido de sus recortes nunca podrá poner sordina a la conciencia de hombre sublevada de Cecilio Gordillo.

lunes, 8 de julio de 2013

Pedro Andrade Castro

Pedro Andrade es uno de los veintitantos bornichos que se marcharon hacia la serranía cuando la Guardia Civil se adueñó del pueblo en julio de 1936. Había nacido en Bornos (Cádiz) hacia 1900 y vivía en La Asomadilla, de donde le vino el apodo de Perico Somaílla o Zumaílla. Estaba afiliado a la UGT y se ganaba la vida trabajando como jornalero agrícola, pero también se dedicó al contrabando. La poetisa María Luisa García Sierra recuerda en sus Memorias de un año de mi vida que durante la primavera de 1936, cuando se filtró que la Guardia Civil preparaba un registro en su domicilio, los afiliados del sindicato se concentraron en masa alrededor de su casa para impedirlo:

Ocurrió una tarde de la forma más simple. Había reunión en el Centro. Alguien avisó que la Guardia Civil bajaría a La Asomadilla para hacer un registro. Los contrabandistas perderían todos sus efectivos: se esperaba aquella tarde a algunos a caballo y mochileros. De alguien partió la idea (no puede llamarse orden porque no hubo tal). Dijo: «Hay que impedirlo» y esto bastó para que la reunión se interrumpiera.

Niños, hombres y mujeres echaron a correr por los postigos de la calle Calvario abajo hasta ocupar la vereda que daba salida al río. Entre la bocacalle de uno y otro lado se hizo un ensanche hasta quedar totalmente cubierto de gente el frente de las casas, que al mismo tiempo servía de cuadra a los caballos.

Llegó la Guardia [Civil]. Ni siquiera intentó abrirse camino hasta la puerta. Esto no hubiese sido posible más que a culatazos. Era un muro de gente silenciosa como estatuas y, naturalmente, no traían orden de cargar contra nadie.

Hacía sólo un cuarto de hora, nadie sabía lo que iba a pasar porque todos lo ignoraban. No recuerdo si llegué de las primeras o de los últimos cuando se corrió por el pueblo la noticia de lo que estaba pasando. Recuerdo La Asomadilla llena de gente y la Guardia Civil que se alejaba, según se siguió comentando, más sorprendida que chasqueada.

Y al pobre Pedro, sin comerlo ni beberlo, aunque salvó su carga, le dejaron colgado de la puerta el cartel de que un pueblo no se expone de esa forma si no se trata de un cabecilla. Esto, según oí comentar, podía costarle más adelante serios disgustos. Si fue así, yo no me enteré de lo que hubiese ocurrido; en concreto, todo quedaría en sustos. Pudieron contarlo.

Pedro salió de Bornos en agosto de 1936, cuando la Guardia Civil ya había comenzado a detener a dirigentes y militantes de las organizaciones del Frente Popular. Según Manuel Abadía Sánchez, Teodoro, los dos se evadieron juntos por temor a que pudiera ocurrirles algo, pero él contó una historia distinta y menos creíble cuando en 1939 compareció ante un juzgado militar: permaneció en el pueblo hasta finales de mes e intentó obtener un salvoconducto para poder desplazarse fuera, pero tuvo dificultades para conseguirlo y se arriesgó a salir sin él, con la mala suerte de que fue «capturado por las fuerzas rojas y conducido a diversos lugares hasta que llegó a Estepona».

Trabajó una temporada en el carboneo en Monda y poco antes de la caída de Málaga ingresó en el batallón de milicianos Salvoechea. Estuvo unos cuatro meses con el batallón en Huelma, en Torredelcampo (Jaén) y en el frente de Pozoblanco (Córdoba). Después se dedicó a trabajos agrícolas, hasta que su quinta fue movilizada a finales de 1938 y lo destinaron a la Compañía de Fortificaciones de la 65 Brigada de Carabineros, con la que estuvo en Madrid y Guadalajara, hasta que en febrero de 1939 fue dado de baja y hospitalizado en el Joaquín Costa, en Madrid. Cuando terminó la guerra se encontraba en Madrid, pero no lo hicieron regresar a Bornos, como a la mayoría de los que habían huido del pueblo, sino a Torredelcampo.

Fue encausado en el procedimiento sumarísimo de urgencia nº 16.431, en el que también fueron encartados otros cuatro gaditanos: el anarcosindicalista Manuel Arias Miranda, de Arcos de la Frontera, y los sanroqueños José Fernández Pecino, Diego Reyes Bolaino y Francisco Reyes Ruiz. La denuncia que encabezaba el procedimiento decía que «estos individuos se personaron en este pueblo, huidos de Málaga y acompañados de una columna llamada “Salvoechea”, y en unión de otros individuos del pueblo, indujeron al asesinato de personas de derechas, llevándose a cabo muchos de ellos, en los cuales o están complicados o al menos conocen a los autores. Estos individuos son peligrosos, a juzgar por su actuación en el pueblo». De todos ellos, Pedro, que según su propia declaración había estado afiliado a la UGT antes del golpe, era el único que admitía haber pertenecido al Batallón Salvoechea. Los demás solo reconocían haberse afiliado a la CNT y todos negaban cualquier relación con los crímenes que se cometieron en Torredelcampo.


El juez instructor y el consejo de guerra que los juzgó en Jaén el 3 de julio de 1939 dieron por sentado que todos ellos habían pertenecido al batallón y a la CNT, pero como se carecía de datos precisos sobre su actuación en el pueblo, la sentencia se dictó basándose en los informes que sobre sus antecedentes emitieron las autoridades de las localidades de origen. Así fueron absueltos los tres de San Roque, de quienes los informes decían que habían observado «buena conducta» y carecían de antecedentes sociopolíticos, mientras los dos de la sierra fueron condenados a penas de doce años y un día de reclusión por delito de auxilio a la rebelión. Los informes sobre el de Arcos decían que había pertenecido a la CNT y a Izquierda Republicana, «siendo de los más destacados en propaganda y de los de acción directa» y que había intervenido en la ocupación de fincas en 1936. Los informes de Bornos presentaban a Andrade como contrabandista de profesión, pendenciero, agitador de masas y «elemento de los más destacados en huelgas y desórdenes y temido por toda persona de orden».

Pedro estuvo encarcelado en la prisión provincial de Jaén, en la de Puig (Valencia), en el penal de El Puerto de Santa María y en la colonia penitenciaria de Dos Hermanas. Regresó a Bornos cuando le concedieron la libertad condicional en abril de 1943.


Fernando Romero Romero


martes, 28 de mayo de 2013

Bornos, el pueblo donde los señoritos se lanzaron al exterminio

María Luisa García Sierra, poetisa del pueblo, graba sus recuerdos del año 36 y sus secuelas en un manuscrito

OLIVIA CARBALLAR / Cádiz / 28 May 2013
Las hermanas Adelaida y María Luisa García Sierra.Las hermanas Adelaida y María Luisa García Sierra.

“No tengo intención de hacer de historiadora. Sólo me ocupo de aquello que viví de cerca sin que tampoco pretenda escribir mi biografía. Sólo relatos que me afectaron por tocarlos de cerca, hechos que vieron mis ojos y mis oídos escucharon. La historia que la escriba otro, pero, por favor… ¡No la falseéis! La verdad desperdigada sigue estando por alguna parte. Que no sea la sombra de la mentira la que alumbre a las nuevas generaciones”. Es un pequeño fragmento de un manuscrito de 244 páginas en las que María Luisa García Sierra, poetisa de Bornos (Cádiz), graba sus recuerdos del año 36 y sus secuelas. Su hijo Jorge Garrido encontró el texto en 1998, cuando su madre ya había muerto. “¡Adelante, adelante! Y ahora a pasearla por las calles. Que vea todo el pueblo lo que pasa… Y esto no es todo. Si con esto no tienes bastante, esta noche te dan el paseíto”, le increpó el exalcalde monárquico Manuel Ruiz Vega, fanfarrón y sonriente, cuando la sacaron pelada del cuartel de Falange. Tenía 15 años.

Hoy ese trozo de historia ve la luz en el libro Días de Barbarie. Guerra Civil y represión en Bornos, una investigación realizada por Fernando Romero que reconstruye la represión franquista en un municipio donde tampoco hubo violencia republicana previa y donde fueron asesinadas un centenar de personas: “Lo que se pretende es eliminar a quienes han protagonizado los conflictos sociales y políticos de la etapa republicana, a los representantes institucionales y a los líderes de las organizaciones de izquierdas, aniquilar a quienes pretendieron cambiar el modelo de sociedad, tanto a quienes profesaban ideologías reformistas (socialistas, republicanos) como a quienes predicaban la revolución social (anarcosindicalistas)”, explica el historiador sobre la masacre en el pueblo de las tres jerarquías: “Un señor. Cinco arrendatarios. Mil quinientos jornaleros con sus familias, hasta 7.000 almas”, resumió el pedagogo Luis Bello cuando visitó sus escuelas durante la dictadura de Primo de Rivera.

“Fueron los zapateros el colectivo profesional que resultó más castigado tras los jornaleros”, explica el investigador Romero
“Lógicamente, casi todos los que caen son jornaleros, que son la mayor parte de la población y los protagonistas de los conflictos laborales, pero entre las víctimas también hay algunos pequeños agricultores, artesanos y profesionales que se habían alineado con el socialismo o con el republicanismo reformista. El alcalde socialista asesinado, Antonio Garrido, era un barbero, y fueron los zapateros (seis) el colectivo profesional que resultó más castigado tras los jornaleros”, añade Romero.

EL LATIFUNDIO DE LOS SEÑORITOS

La Laguna y el Soto, un latifundio de 850 hectáreas, la sexta parte del término municipal, condensa el terror de los señoritos al cambio de orden que había traído al pueblo la República. El Instituto de Reforma Agraria había intervenido la finca, propiedad de la condesa de Valdelagrana -hija y hermana de los duques de Medinaceli -, y la había cedido a sesenta jornaleros para su explotación colectiva. Con sus esposas e hijos, sumaban 344 personas, el 6,2% de la población censada en Bornos, según Romero. “Los jornaleros, que siempre habían estado sometidos al capricho de los labradores, eran quienes ahora mandaban en el Ayuntamiento. Ellos decían a los agricultores lo que podían o no hacer en las tierras que cultivaban. Los obligaron a alimentar a los centenares de muertos de hambre que no tuvieron donde trabajar durante la calamitosa primavera de 1936”, añade el historiador en el libro, editado por la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia (AMHyJA) con el patrocinio de la Junta de Andalucía, la colaboración del Grupo de Trabajo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (CGT-A) y producción editorial de Tréveris.

No se fusiló para castigar crímenes, sino para escarmentar a quienes subvirtieron el orden jerárquico
La familia de María Luisa García Sierra fue una de las asentadas en La Laguna y, como la gran mayoría de los jornaleros que se atrevieron a subvertir el orden de las tres jerarquías, recibieron su castigo de mano de los señoritos sublevados. A María Luisa la pelaron. A su hermano, conocido como Juanillo el de la Montañesa, lo mataron. José, otro hermano, fue enviado al frente con el ejército de Franco y murió combatiendo con otra bandera que no era la suya. Al marido de su hermana Frasquita también lo fusilaron. A su hermana Adelaida, con 19 años, la pelaron como a ella. La tuvieron en la cárcel un día y medio, la violaron y la mataron. Esa misma noche también asesinaron a Juana Rodríguez, la Paternera. Y a Francisca Abadía, Clara. “Una era hija de Pedro el Paternero y la otra, compañera de Juan Ramírez, el Pollo, ambos asentados en La Laguna y también asesinados”, escribe el historiador.

No se fusiló para castigar crímenes, sino para escarmentar a quienes subvirtieron el orden jerárquico, insiste Romero. Al Pandereta, abuelo de Máximo Molina Gutiérrez, una de las personas que animó al historiador a realizar esta investigación, también lo asesinaron. Y a su bisabuelo Manuel Perea Méndez. “A ellos [los señoritos], ningún trabajador les hacía sombra. No cabe otra explicación cuando se lanzaron al exterminio sin justificación”, sostiene María Luisa García en sus escritos con todo el horror de la palabra. Exterminio. “Jamás había mencionado ante mi presencia el contenido vertido en aquellas páginas. Otros familiares y amistades muy allegadas sí que habían tenido la suerte de escuchar de su voz varios de los acontecimientos recogidos en el cuaderno, e incluso comentar su ilusión de dejar algo escrito si se encontraba con fuerzas para hacerlo”, reflexiona su hijo Jorge. Las tuvo. Todas las fuerzas del mundo.



Lenin, el niño que bautizaron Francisco

Casi el 50% de los funerales celebrados en el pueblo durante el quinquenio republicano fueron civiles

OLIVIA CARBALLAR / Cádiz / 28 May 2013
En Bornos se produjo un importante alejamiento del culto católico durante la República: casi el 50% de los funerales celebrados en el pueblo durante el quinquenio republicano fueron civiles y alrededor del 20% de los niños nacidos en ese tiempo no se bautizaron, según la investigación de Fernando Romero Días de Barbarie. Guerra Civil y represión en Bornos. Las cosas cambiaron radicalmente a partir del golpe. “Los sublevados asumieron la defensa de la religión como valor propio y abundaron las ceremonias religiosas en las que participaron las nuevas autoridades y las milicias locales. Sólo el 28 de agosto fueron bautizados 48 niños”, afirma Romero.

Desde agosto de 1936 hasta fin de año hubo bautizos masivos y se administró el sacramento a niños de cuatro y cinco años nacidos durante la República, entre ellos algunos cuyos padres habían huido del pueblo o fueron asesinados, como los hijos del cabezalero de la finca La Laguna, Francisco Gutiérrez Lobo, Frasco Pandereta, fusilado. Los niños se llamaban Lenin y Floreal. A Floreal le pusieron Rosa. A Lenin lo bautizaron como Francisco. Ese mismo día, el 30 de agosto, bautizaron también a tres hijos del alcalde socialista ya asesinado, Antonio Garrido.

La Iglesia, salvo excepciones, se puso de parte de los sublevados. María Luisa García Sierra, que era católica y fue rapada, recuerda en sus memorias, recogidas en la investigación, que los falangistas dejaban a las mujeres una marca de corte al cero en forma de cruz cuando las pelaban. Romero destaca un poema que María Luisa dedica a Sebastiana, otra muchacha del pueblo que también fue rapada: “En la cabeza, la cruz, símbolo de humillación”.


lunes, 29 de abril de 2013

José Rodríguez Mulero, el pastor socialista de Algodonales


José Rodríguez Mulero, el Moleño, nació el 29 de agosto de 1896 en la aldea de La Muela. Vivía en el número 12 de la calle Cerrajero de Algodonales (Cádiz) con su esposa, Leonor Torralba Fernández, y tres hijos: Pedro, Miguel y María. Se ganaba la vida trabajando como cabrero y cultivando un pegujal de su propiedad. Leonor, a quien algunos llamaban María la Recovera, por su madre, también trabajaba en faenas agrícolas y de encaladora. José perteneció desde 1931 al centro obrero de Algodonales, primero como autónomo y luego como afiliado a UGT, y fue interventor del Frente Popular en las elecciones legislativas de febrero de 1936.

José Rodríguez Mulero, el Moleño
Algodonales es uno de los municipios gaditanos que fueron rápidamente controlados por la Guardia Civil, sin apenas resistencia, y José pasó todo el mes de agosto ocupado en las faenas de recolección en su pegujal, pero el inicio de la represión fascista lo atemorizó: «Cobró miedo aquí en el pueblo, pues cuando venía y se enteraba de que habían prendido a alguno, temía que también lo hicieran con él por haber sido interventor». Por eso el 6 de septiembre decidió irse a El Gastor, que aún estaba en manos de los republicanos, y desde allí una pareja de milicianos lo condujo a Los Villalones, en el término de Ronda. Leonor y los niños permanecieron en Algodonales mientras el avance de las tropas rebeldes –Ronda fue ocupada el 16 de septiembre– obligó a José a huir hacia el este. Sabemos que fue evacuado como refugiado a la provincia de Almería, que trabajó un año en la construcción de refugios en Valencia y que vivió los últimos dieciséis meses de la guerra en Villarrobledo, en la provincia de Albacete, donde trabajó de ganadero en una finca colectivizada. En algún momento debió de temer que su familia podía haber sido asesinada en Algodonales. Al menos eso es lo que le contó a Cayetana Martínez, la villarrobletana que, por disposición del comité, le lavaba la ropa los días que iba al pueblo para descansar y mudarse. 


Regresó a Algodonales el 13 de de abril de 1939 con un salvoconducto expedido por la Falange y el Ayuntamiento franquista de Villarrobledo. Durante dos meses estuvo libre, con la obligación de presentarse por las noches en el cuartel de la Guardia Civil, pero el comandante de puesto decidió ingresarlo en el depósito municipal el 23 de julio. El hecho de haber sido interventor en las elecciones de 1936 dio pie a la apertura de un procedimiento sumarísimo de urgencia y los Servicios de Justicia de Cádiz asignaron el expediente al juez instructor nº 10, Santiago Sotomayor Domínguez, que antes de ser habilitado como alférez del cuerpo jurídico militar había sido juez municipal y jefe del Requeté de Algodonales. 

Las valoraciones que las autoridades locales hicieron de la actividad política de José eran dispares. Mientras la Guardia Civil lo etiquetaba de «extrema izquierda» y propagador de sus ideas, el informe del Ayuntamiento indicaba que «no se le vio ejercer activamente en política» y que siempre observó buena conducta moral. A mitad de camino estuvieron las declaraciones de algunos vecinos que admitían que era un hombre de izquierdas, pero no creían que se hubiese opuesto al golpe. Como el labrador Antonio Rico Sánchez, que decía que tenía un concepto «francamente bueno» de él, a pesar de que consideraba que había sido «persona influyente en la política», pues «en cuantas huelgas se desarrollaban él era el que iba por los campos levantando las manos a los ganaderos». Nadie lo creía capaz de haber formado parte de los grupos de izquierdistas que en julio de 1936 recorrieron las casas de campo de Algodonales y Zahara para incautarse de armas. En todo caso, como decía Gonzalo Cortés, «únicamente de lengua para unirse a los de su ralea con predicaciones falsas». 

Milicianos de Villarrobledo. En el centro,
marcado con una cruz, Joseíllo Barragán
La instrucción habría quedado concluida rápidamente si no fuese por el informe de la Guardia Civil de Villarrobledo, que indicaba que José había sido sargento de milicias y lo suponía autor de detenciones y asesinatos cometidos en aquella ciudad durante el «dominio rojo». Como prueba adjuntaba la fotografía de un grupo de milicianos en la que supuestamente aparecía José. Se trataba de un error. Lo habían confundido con otro, pero Sotomayor vio claro que no era el mismo. Desde Villarrobledo también llegaron declaraciones de Cayetana Martínez y de Daniel Sevilla, el encargado del ganado de la colectividad, a quienes José había propuesto para que testificasen sobre su conducta. Ninguno de ellos sabía nada de las actividades políticas que hubiese podido tener, pero la mujer dijo en su favor que solía ir a fumar con su marido, que había desertado del ejército republicano y estaba escondido en el domicilio familiar.

Basándose en esos testimonios y en el informe del Ayuntamiento algodonaleño, el juez Sotomayor dictaminó que José Rodríguez nunca había revelado «peligrosidad social» y el 23 de septiembre lo puso en libertad provisional con la obligación de presentarse en el juzgado cada dos días. Pero un nuevo informe de la Guardia Civil de Villarrobledo volvió a incidir en la confusión de identidad: ratificó que el Moleño era el miliciano de la foto, el cual se había presentado en Villarrobledo haciéndose llamar José Barragán, Joseíllo, diciendo que era de Marmolejo (Jaén) y acompañado por su mujer y una hija, llamadas Alfonsa e Inés respectivamente. Eso obligó al instructor a solicitar la declaración de quienes conocieron personalmente al tal Joseíllo y mostrarles una fotografía de José Rodríguez Mulero. Y los villarrobletanos coincidieron en que no era el mismo.

Sotomayor creyó suficientemente aclarada la confusión de identidades. También estaba convencido de que no había cometido ningún hecho delictivo y de que, aunque fuese de izquierdas, no se le podía reprobar nada. Por eso propuso el sobreseimiento de la causa cuando el 22 de febrero de 1940 redactó el auto-resumen que daba por finalizada la instrucción sumarial. Pero el Consejo de Guerra de Cádiz no quiso dejar cabos sueltos y le devolvió el expediente para que no quedase el menor resquicio de duda acerca de que José el Moleño y el Joseíllo de Marmolejo no eran la misma persona. Hubo que acreditar que la compañera de José no se llamaba Alfonsa ni la conocían por ese nombre, que su hija no se llamaba Inés y que ambas residieron en Algodonales mientras él estuvo huido en la zona republicana. Y para eso hubo que solicitar un informe a la Guardia Civil y tomar declaración a Leonor, a su hija María, que entonces tenía once años, y a cuatro vecinos de Algodonales con quienes la mujer trabajó mientras su compañero estuvo huido. Solo después de practicar esas diligencias consideró el auditor de guerra que no estaba probada la comisión de hechos constitutivos de delito y que se podría decretar el sobreseimiento de la causa. Eso fue en noviembre de 1940, un año y medio después de que José volviese de Villarrobledo.

Fernando Romero Romero

Jornadas para recordar la represión franquista

María Dolores Martínez | elpueblodealbacete.com | Sábado, 27 de abril de 2013

Las IV Jornadas de Represión Franquista en Villarrobledo, bajo el título “Memoria y dignidad al cubo”, contaron con distintas ponencias, desarrolladas por expertos en la materia. En las mismas se contaba con la presencia de Fernando Romero, escritor e historiador, Cecilio Gordillo, experto sobre represión en bando de guerra, Máximo Molina, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca y otros expertos en el tema, además de algunos familiares de las víctimas. Las jornadas se iniciaron a las 12 de la mañana, con la intervención de Máximo Molina, presidente de ARMH Cuenca, quien dio paso a la charla "La masacre de Villarrobledo: represión de bando de guerra en 1939", a cargo de Fernando Romero, y el propio Molina. En la charla se habló de la represión inicial, en los primeros momentos de la Guerra Civil, con los paseos y asesinatos en las cunetas y cruces de caminos, abordando el caso de Villarrobledo, que según Máximo Molina, fue excepcional en España, “porque ese mismo tipo de represión se mantuvo después de la guerra, en el año 39”.
Tras esto, los asistentes acudieron a visitar el monumento en memoria a los represaliados en Villarrobledo, situado en las afueras del cementerio, en el aparcamiento del recinto ferial, justo encima de una fosa común, y en el que aparecen los nombres de 312 personas víctimas de la represión franquista en Villarrobledo. Durante la jornada de tarde se desarrolló la charla "Políticas de Memoria", a cargo de Cecilio Gordillo, coordinador del grupo de trabajo "Recuperando la memoria de la historia social en Andalucía", a lo que siguió un recital de poesía republicana. La estructura de las jornadas es multidisciplinar, abordando el asunto desde la vertiente de la  Historia, Sociología, Arqueología, y Asociacionismo de derechos humanos.
Máximo Molina, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca, explica que la finalidad de esta actividad es generar un espacio de debate abierto y público, donde hablar de memoria histórica, desde distintos aspectos, “invitando a la ciudadanía a venir y mirarle a la cara a la memoria histórica, porque es parte de la historia de todos, y con ello generar un debate”. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca ha venido realizando trabajos de prospección en los terrenos que ocupa el aparcamiento del recinto ferial, y otros anexos, frente al Cementerio Municipal, y que  han sido identificados como los puntos exactos de los dos barreros, en los que fueron enterradas decenas de personas en abril de 1939.  Esta iniciativa,  nació por expreso deseo de 25 familiares de desaparecidos y asesinados durante la Guerra Civil y el franquismo, que tratan de recuperar sus restos para darles un entierro digno.
Máximo Molina  señala que desde la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca se sigue investigando, aunque es difícil determinar las personas que fueron arrojadas a los barreros, contando con datos de 72 de ellas, por lo que siguen investigando, ya que según fuentes locales, esa cifra podría rondar las 88 personas. Molina matiza que esa labor de investigación es muy difícil, dado que la gente tiene un cercamiento poco natural a este tema, ante el asesinato de sus familiares y la violación sistemática de sus derechos, durante muchos años, o que hace que el miedo sea una cuestión que aún sigue imperando, de ahí que considera tan importante actos como estas jornadas para que laso ciudadanos vean que las cosas se pueden hacer con normalidad, de manera democrática, y que no pasa absolutamente nada”.