Pedro Andrade es uno de los veintitantos bornichos que se
marcharon hacia la serranía cuando la Guardia Civil se adueñó del pueblo en
julio de 1936. Había nacido en Bornos (Cádiz) hacia 1900 y vivía en La
Asomadilla, de donde le vino el apodo de Perico Somaílla o Zumaílla. Estaba
afiliado a la UGT y se ganaba la vida trabajando como jornalero agrícola, pero
también se dedicó al contrabando. La poetisa María Luisa García Sierra recuerda
en sus Memorias de un año de mi vida que durante la primavera de 1936, cuando
se filtró que la Guardia Civil preparaba un registro en su domicilio, los
afiliados del sindicato se concentraron en masa alrededor de su casa para
impedirlo:
Ocurrió una tarde de la forma más simple. Había reunión en el Centro.
Alguien avisó que la Guardia Civil bajaría a La Asomadilla para hacer un
registro. Los contrabandistas perderían todos sus efectivos: se esperaba
aquella tarde a algunos a caballo y mochileros. De alguien partió la idea (no
puede llamarse orden porque no hubo tal). Dijo: «Hay que impedirlo» y esto
bastó para que la reunión se interrumpiera.
Niños, hombres y mujeres echaron a correr por los postigos de la calle
Calvario abajo hasta ocupar la vereda que daba salida al río. Entre la
bocacalle de uno y otro lado se hizo un ensanche hasta quedar totalmente
cubierto de gente el frente de las casas, que al mismo tiempo servía de cuadra
a los caballos.
Llegó la Guardia [Civil]. Ni
siquiera intentó abrirse camino hasta la puerta. Esto no hubiese sido posible
más que a culatazos. Era un muro de gente silenciosa como estatuas y, naturalmente,
no traían orden de cargar contra nadie.
Hacía sólo un cuarto de hora, nadie sabía lo que iba a pasar porque
todos lo ignoraban. No recuerdo si llegué de las primeras o de los últimos
cuando se corrió por el pueblo la noticia de lo que estaba pasando. Recuerdo La
Asomadilla llena de gente y la Guardia Civil que se alejaba, según se siguió
comentando, más sorprendida que chasqueada.
Y al pobre Pedro, sin comerlo ni beberlo, aunque salvó su carga, le
dejaron colgado de la puerta el cartel de que un pueblo no se expone de esa
forma si no se trata de un cabecilla. Esto, según oí comentar, podía costarle
más adelante serios disgustos. Si fue así, yo no me enteré de lo que hubiese
ocurrido; en concreto, todo quedaría en sustos. Pudieron contarlo.
Pedro salió de Bornos en agosto de 1936, cuando la Guardia
Civil ya había comenzado a detener a dirigentes y militantes de las
organizaciones del Frente Popular. Según Manuel Abadía Sánchez, Teodoro, los
dos se evadieron juntos por temor a que pudiera ocurrirles algo, pero él contó
una historia distinta y menos creíble cuando en 1939 compareció ante un juzgado
militar: permaneció en el pueblo hasta finales de mes e intentó obtener un
salvoconducto para poder desplazarse fuera, pero tuvo dificultades para conseguirlo
y se arriesgó a salir sin él, con la mala suerte de que fue «capturado por las
fuerzas rojas y conducido a diversos lugares hasta que llegó a Estepona».
Trabajó una temporada en el carboneo en Monda y poco antes
de la caída de Málaga ingresó en el batallón de milicianos Salvoechea. Estuvo
unos cuatro meses con el batallón en Huelma, en Torredelcampo (Jaén) y en el
frente de Pozoblanco (Córdoba). Después se dedicó a trabajos agrícolas, hasta
que su quinta fue movilizada a finales de 1938 y lo destinaron a la Compañía de
Fortificaciones de la 65 Brigada de Carabineros, con la que estuvo en Madrid y
Guadalajara, hasta que en febrero de 1939 fue dado de baja y hospitalizado en
el Joaquín Costa, en Madrid. Cuando terminó la guerra se encontraba en Madrid,
pero no lo hicieron regresar a Bornos, como a la mayoría de los que habían
huido del pueblo, sino a Torredelcampo.
Fue encausado en el procedimiento sumarísimo de urgencia nº
16.431, en el que también fueron encartados otros cuatro gaditanos: el
anarcosindicalista Manuel Arias Miranda, de Arcos de la Frontera, y los
sanroqueños José Fernández Pecino, Diego Reyes Bolaino y Francisco Reyes Ruiz.
La denuncia que encabezaba el procedimiento decía que «estos individuos se
personaron en este pueblo, huidos de Málaga y acompañados de una columna
llamada “Salvoechea”, y en unión de otros individuos del pueblo, indujeron al
asesinato de personas de derechas, llevándose a cabo muchos de ellos, en los
cuales o están complicados o al menos conocen a los autores. Estos individuos
son peligrosos, a juzgar por su actuación en el pueblo». De todos ellos, Pedro,
que según su propia declaración había estado afiliado a la UGT antes del golpe,
era el único que admitía haber pertenecido al Batallón Salvoechea. Los demás
solo reconocían haberse afiliado a la CNT y todos negaban cualquier relación
con los crímenes que se cometieron en Torredelcampo.
El juez instructor y el consejo de guerra que los juzgó en
Jaén el 3 de julio de 1939 dieron por sentado que todos ellos habían pertenecido
al batallón y a la CNT, pero como se carecía de datos precisos sobre su
actuación en el pueblo, la sentencia se dictó basándose en los informes que
sobre sus antecedentes emitieron las autoridades de las localidades de origen.
Así fueron absueltos los tres de San Roque, de quienes los informes decían que
habían observado «buena conducta» y carecían de antecedentes sociopolíticos,
mientras los dos de la sierra fueron condenados a penas de doce años y un día
de reclusión por delito de auxilio a la rebelión. Los informes sobre el de
Arcos decían que había pertenecido a la CNT y a Izquierda Republicana, «siendo
de los más destacados en propaganda y de los de acción directa» y que había
intervenido en la ocupación de fincas en 1936. Los informes de Bornos presentaban
a Andrade como contrabandista de profesión, pendenciero, agitador de masas y
«elemento de los más destacados en huelgas y desórdenes y temido por toda
persona de orden».
Pedro estuvo encarcelado en la prisión provincial de Jaén,
en la de Puig (Valencia), en el penal de El Puerto de Santa María y en la
colonia penitenciaria de Dos Hermanas. Regresó a Bornos cuando le concedieron
la libertad condicional en abril de 1943.
Fernando Romero Romero