miércoles, 27 de febrero de 2013
lunes, 11 de febrero de 2013
El socialista que desertó de la Bandera Mora-Figueroa
Fernando Romero Romero
Grupo de trabajo Recuperando la Memoria
de la Historia Social de Andalucía (CGT-A)
Juan López Ramírez, el Chaviro, estaba
haciendo guardia en la posición de La Planta, en el sector de Villa del Río
(Córdoba), cuando decidió quitarse el uniforme y cruzar a nado el Guadalquivir.
Los centinelas de la otra orilla empezaron a dispararle y hasta lanzaron una
bomba al notar que alguien se acercaba por el río, pero cambiaron los tiros por
exclamaciones de «¡Ole!» y «¡Viva nuestro compañero!» cuando lo oyeron gritar «¡Viva la República!» La mañana siguiente, cuando sus
excompañeros de armas, los falangistas de la 1ª Bandera de FET-JONS de Cádiz,
bajaron al río para aprovisionarse de agua, el desertor habló a voces con ellos
desde los parapetos de la orilla republicana. Les dijo que «había estado esperando la oportunidad de pasarse a las filas rojas para no
estar con tanto canalla y criminales como había en el ejército de Franco». En la bandera había varios falangistas de su pueblo, entre ellos el
sargento José Chacón Fernández, al que amenazó diciéndole que «si al triunfo marxista lo encontraba le iba a cortar la cabeza». También les dijo que si alguien quería papel de fumar que se pasase a
donde él estaba y que él se iba a Valencia con dinero en los bolsillos. Cuando
uno de los falangistas le preguntó si quería algo para su madre, Juan le
respondió: «Cuando nosotros vayamos a tomar Bornos entonces la veré». Tardó dos años en ver a su madre y regresó al pueblo con los que
perdieron la guerra.
Tras pasar al ejército republicano, Juan permaneció tres meses en una compañía
del depósito de evadidos de Valencia, hasta que lo encuadraron en la 146ª
Brigada Mixta, con la que estuvo en los frentes de Aragón y Cataluña. Como
sabía leer y escribir, lo destinaron al servicio de transmisiones. Durante la
guerra estuvo hospitalizado en dos ocasiones. La primera, tras haber sido
herido en la batalla del Ebro, en hospitales de Barcelona y Vich, y la segunda,
cuando cayó enfermo en 1939, en el de Horta (Barcelona). Estaba convaleciente
cuando el ejército rebelde ocupó la capital catalana. Lo trasladaron al campo
de concentración de Barbastro (Huesca) y allí le dieron pasaporte para que se
reincorporase a la 1ª Bandera de FET-JONS de Cádiz, pero pasó por Bornos antes
de regresar a la unidad.
Se reincorporó a la 1ª Bandera en Espiel (Córdoba) y fue arrestado en cuanto se
presentó. Estando detenido en Cádiz, se dedicó a fanfarronear, contando a otros
falangistas que había sido teniente coronel del ejército republicano y que
estuvo al mando de la 15ª Brigada en los frentes de Brunete, Teruel y en la
batalla del Ebro. Después lo mandaron con la 1ª Bandera a Río Verde (Marbella,
Málaga) y, tras ser declarado procesado y tomársele la declaración indagatoria
en ésta última localidad, lo trasladaron a la prisión militar del Castillo de
Santa Catalina de Cádiz, en la que ingresó el 23 de septiembre de 1939. El juez
militar que instruyó su sumario intentó aclarar los motivos por los que Juan
desertó. Todos coincidían en que lo había hecho por temor a que lo matasen como
a su padre, pero Juan puso nombre a apellidos a las causas de su miedo. Decía
que los falangistas que mataron a su padre también estaban en la bandera y que
dos de ellos, Servando Barcia Herraiz y Manuel Casas Gordillo, el Nieto de Rafael la Zapatera,
quisieron obligarlo a hacer guardia con el primero. Y como él se negó, le
dieron una paliza y Barcia lo amenazó con una pistola diciendo «que lo mismo que había matado a su padre lo iba a matar a él». Este altercado fue –según la versión de Juan– lo que provocó que
decidiese desertar y al día siguiente se pasase al enemigo. Servando Barcia
había fallecido, pero por error se le tomó declaración a su hermano José, que
también era falangista de la misma unidad, y éste declaró que no podría haber
obligado a Juan a hacer guardia con él puesto que no pertenecía a su misma
escuadra. El Consejo de Guerra no tuvo en cuenta las razones que adujo Juan
para excusar su deserción y sí sus antecedentes políticos. Fue condenado a doce
años y un día de cárcel por delito de deserción y cumplió la pena en la Prisión
Provincial de Cádiz, en el Penal del Puerto de Santa María y en la Colonia
Penitenciaria Militarizada de Talavera de la Reina, de donde salió el 29 de
enero de 1943 en libertad condicional con destierro.
Zamboa, el confitero socialista de Bornos
Fernando Romero Romero
Grupo de trabajo “Recuperandola Memoria
Grupo de trabajo “Recuperando
de la Historia Social de Andalucía” (CGT-A)
Manuel López Rodríguez, el confitero a quien
apodaban Zamboa, nació en Bornos (Cádiz) el 2 de julio de 1903.
Estaba afiliado a la sociedad obrera «Luchar es Vida» (UGT) desde su fundación
en 1930 y en mayo de 1931 formó parte de la candidatura de la Conjunción
Republicano-socialista para las elecciones municipales. Fue concejal socialista
del Ayuntamiento bornicho desde el 5 de junio de ese año hasta que la
corporación fue cesada por el gobernador civil radical en septiembre de 1934 y
volvió a formar parte de ella tras el triunfo del Frente Popular en febrero de
1936. Era uno de los miembros de la gestora que presidía el socialista Antonio
Garrido Jiménez cuando se produjo la sublevación del 18 de julio. Estaba
reunido en el ayuntamiento con Garrido y los demás concejales cuando el alférez
Francisco Gavira Parra y los guardias del puesto ocuparon el edificio la mañana
del 20 de julio. El alférez, que se había sumado al golpe, los destituyó a
todos y entregó el gobierno municipal a una comisión de derechistas que quedó
presidida por Francisco Muñoz Ruiz.
El alférez Gavira puso bajo vigilancia a algunos
dirigentes de izquierdas el mismo día 20. Uno de ellos era Manuel Zamboa. Por
la noche se presentó en su casa, el número 80 de la calle Granada, un grupo de
guardias civiles y falangistas con la intención de detenerlo. No pudieron
hacerlo porque Manuel había escapado por la calle Calvario y tomó la trocha de
la ermita hacia la carretera Jerez-Ronda. El falangista Sebastián Baena Zurita
se quedó vigilado la casa por si volvía, pero Zamboa tardó
más de tres años en regresar. Se marchó del pueblo, dejando atrás a su
compañera, Luisa Muñoz Barrios, y a cinco niños. El menor, José, solo tenía dos
meses. Manuel López fue el primero de los veintitantos bornichos que durante
los meses de julio y agosto se pasaron a la «zona roja». Entre ellos iba otro
concejal, el sindicalista Francisco Rodríguez González. ¿Qué le habría ocurrido
si se hubiese quedado en Bornos? Es probable que no hubiese sobrevivido a la
atroz represión del verano de 1936. No hay más que ver cómo acabaron sus compañeros
de la corporación municipal. Fueron asesinados diez de los trece que se
quedaron, entre ellos el alcalde. Manuel salvó la vida, pero sus familiares no
escaparon a la represión. Luisa fue una de las mujeres a quienes los fascistas
pasearon por las calles del pueblo con la cabeza rapada. Y su hermano
Francisco, que había sido un activo sindicalista, fue asesinado.
Manuel estuvo toda la guerra en la «zona
republicana». Según su propio relato, desde Bornos se dirigió al cortijo Carija, del
término de Espera, y luego siguió hacia Montellano y Ronda. En Málaga
sobrevivió asistiendo a uno de los comedores que se crearon para atender a los
miles de refugiados que llegaron a la ciudad. Y fue uno de los protagonistas de
«la espantá» que se produjo cuando las columnas rebeldes españolas e italianas
cayeron sobre la ciudad en febrero de 1937. El 8 de febrero se marchó «huyendo
hasta Almería» y a los tres días se plantó en Murcia. Allí se dedicó a la venta
de dulces durante dos semanas, hasta que el 24 de febrero fue detenido por una
pareja de guardias de asalto que lo llevó a un centro de reclutamiento. Lo
encuadraron en el Batallón Málaga nº 1 y lo enviaron a Valencia y Beteta
(Cuenca). Decía que fue en esta última localidad donde le concedieron el rango
de teniente, un ascenso que resulta, como mínimo, sorprendente ya que no habían
pasado ni dos meses desde su incorporación al ejército. Estuvo al mando de la
sección de infantería que guarnecía el castillo hasta que el 14 de abril lo
destinaron a Saldón y permaneció un año completo en el frente de Teruel y en el
sector de Gea de Albarracín. En junio de 1938 lo destinaron a una compañía de
ametralladoras de la 50 División en Espadán (Castellón) y fue entonces cuando
se afilió al Partido Comunista. Continuó en Levante hasta el final de la guerra
y se entregó a las tropas franquistas en Casinos (Valencia) el 29 de marzo de
1939.

Manuel López quedó detenido en cuanto se entregó. Lo enviaron al campo de concentración de Medinaceli, en Soria, donde un juzgado instructor de la V Región Militar comenzó a investigar sus antecedentes sociopolíticos. El expediente se transfirió luego a la Auditoría de Guerra de la II Región y el 23 de agosto los Servicios de Justicia de Cádiz asignaron la instrucción de su procedimiento sumarísimo al alférez de Infantería Esteban Matía Cuesta (Juzgado Militar de Instrucción nº 23), que también se había hecho cargo de los de varios bornenses que acababan de regresar al pueblo desde la zona republicana. Reclamado por el alférez, Manuel López ingresó el 21 de septiembre en la cárcel municipal de Bornos.
Antes de que Zamboa llegase al pueblo, el instructor ya tenía informes sobre su conducta expedidos por el Ayuntamiento, la Falange y la Guardia Civil. Y también había tomado declaración al alcalde, Francisco Muñoz, y al jefe de Falange, Domingo Ramírez López. Según Muñoz, Zamboa era «uno de los elementos más destacados de esta localidad en cuanto a sus ideas de izquierda distinguiéndose en la propaganda de la misma y siendo promotor en la mayoría de los casos de las huelgas, mítines y demás actos que dimanaban del centro marxista». El alférez Matía Cuesta también solicitó informes a las autoridades de los lugares por los que Zamboa pasó durante la huida y en los que residió en la «zona roja», pero nadie parecía saber nada de él. Ni en Montellano, ni en Málaga, Teruel, Castellón ni Valencia. Para colmo, un error burocrático hizo que acabasen unidos a su expediente unos certificados que avalaban la conducta de otro teniente que se llamaba exactamente igual que él, que se rindió a los «nacionales» en Sacedón (Guadalajara) y que también estuvo preso en Medinaceli. El alférez pidió informes a Sacedón, pero el teniente Manuel López Rodríguez que conocían allí era asturiano o leonés, rubio, alto y de unos veintisiete años. Esa descripción no encajaba con el perfil del confitero bornicho. Ni tampoco parecía que fuese Zamboa ninguno de los siete Manuel López Rodríguez que aparecían en el fichero del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM). Al final, el instructor sólo pudo contar con los informes y declaraciones que se hicieron en Bornos y con los de unos vecinos de Espera que lo vieron cuando se escapó del pueblo en julio de 1936.
Manuel López quedó detenido en cuanto se entregó. Lo enviaron al campo de concentración de Medinaceli, en Soria, donde un juzgado instructor de la V Región Militar comenzó a investigar sus antecedentes sociopolíticos. El expediente se transfirió luego a la Auditoría de Guerra de la II Región y el 23 de agosto los Servicios de Justicia de Cádiz asignaron la instrucción de su procedimiento sumarísimo al alférez de Infantería Esteban Matía Cuesta (Juzgado Militar de Instrucción nº 23), que también se había hecho cargo de los de varios bornenses que acababan de regresar al pueblo desde la zona republicana. Reclamado por el alférez, Manuel López ingresó el 21 de septiembre en la cárcel municipal de Bornos.
Antes de que Zamboa llegase al pueblo, el instructor ya tenía informes sobre su conducta expedidos por el Ayuntamiento, la Falange y la Guardia Civil. Y también había tomado declaración al alcalde, Francisco Muñoz, y al jefe de Falange, Domingo Ramírez López. Según Muñoz, Zamboa era «uno de los elementos más destacados de esta localidad en cuanto a sus ideas de izquierda distinguiéndose en la propaganda de la misma y siendo promotor en la mayoría de los casos de las huelgas, mítines y demás actos que dimanaban del centro marxista». El alférez Matía Cuesta también solicitó informes a las autoridades de los lugares por los que Zamboa pasó durante la huida y en los que residió en la «zona roja», pero nadie parecía saber nada de él. Ni en Montellano, ni en Málaga, Teruel, Castellón ni Valencia. Para colmo, un error burocrático hizo que acabasen unidos a su expediente unos certificados que avalaban la conducta de otro teniente que se llamaba exactamente igual que él, que se rindió a los «nacionales» en Sacedón (Guadalajara) y que también estuvo preso en Medinaceli. El alférez pidió informes a Sacedón, pero el teniente Manuel López Rodríguez que conocían allí era asturiano o leonés, rubio, alto y de unos veintisiete años. Esa descripción no encajaba con el perfil del confitero bornicho. Ni tampoco parecía que fuese Zamboa ninguno de los siete Manuel López Rodríguez que aparecían en el fichero del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM). Al final, el instructor sólo pudo contar con los informes y declaraciones que se hicieron en Bornos y con los de unos vecinos de Espera que lo vieron cuando se escapó del pueblo en julio de 1936.
La instrucción del sumario se prolongó durante
varios meses y, mientras tanto, Manuel fue trasladado de Bornos al Castillo de
Santiago de Sanlúcar de Barrameda y desde este, a principios de 1940, a la
Prisión del Partido de Jerez de la Frontera. Uno de los últimos documentos que
se incorporaron al sumario fue una declaración del falangista Sebastián Baena
Zurita, que en 1940 era sargento de Infantería y prestaba servicios en Ubrique
como secretario del Juzgado Militar de Instrucción nº 47. El propio Zamboa lo
había citado para que avalase su conducta, pero más le valdría no haberlo
hecho, porque nada bueno dijo de él. Entre otras cosas, declaró que había
rumores («indicios aunque no muy ciertos y de rumor público») de que en alguna
ocasión formó parte de un grupo de extremistas que fue disuelto por la Guardia
Civil cuando pretendía quemar la iglesia. Como en julio de 1936 escapó en
dirección a Espera, quisieron responsabilizarlo de la tala de árboles para
cortar la carretera de Sevilla y de mantener contactos con dirigentes de
izquierda de otros pueblos de la comarca para organizar la resistencia contra
los golpistas, pero de nada de eso había pruebas fehacientes.
El consejo de guerra se celebró en Jerez a las 16:00 horas del 7 de mayo de 1940. Presidió el tribunal el coronel Rafael López Alba y actuaron como vocales los capitanes Gabriel García Trujillo y Alfonso Pérez Mas, el teniente José Toscano Barberá y, como ponente, el capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar Fernando Wilhelmi Castro. El defensor, el teniente Antonio María de Salazar y Moyano, fue designado el mismo día de la vista y solo tuvo unas horas para examinar el sumario. El fiscal, Alfonso Palomino, solicitó una condena de veinte años de cárcel por delito de auxilio a la rebelión militar y el tribunal lo sentenció a doce años y un día. Los hechos que la sentencia consideraba probados eran que
Manuel López Rodríguez,
afiliado a la UGT actuó como Concejal y Teniente Alcalde en la gestora del
Frente Popular, se unió a los revolucionarios desde los primeros momentos
intentando organizar desde el Ayuntamiento el asalto al Cuartel de la Guardia
Civil y otros desmanes, no lográndolo y huyendo a la zona enemiga en [la] que
se inscribió voluntariamente en el Ejército enemigo y obtuvo la graduación de
teniente.
Como Manuel Zamboa, centenares de gaditanos fueron juzgados durante la
guerra y posguerra por delito de rebelión militar sobre la base de lo que se ha
denominado «la justicia al revés». Lo que hicieron fue oponerse al golpe
militar contra el gobierno legalmente constituido de la República, pero al
final fueron los rebeldes quienes los acusaron, juzgaron y condenaron a ellos
por rebelión. Con esa condena, Manuel Zamboa tendría que haber
permanecido en la cárcel hasta el 19 de septiembre de 1951, pero las políticas
de reducción de pena y libertad condicional le permitieron salir a mediados de
1943. Estuvo un tiempo viviendo fuera de Bornos –parece que en Dos Hermanas–
pero en 1947 residía en el pueblo en régimen de libertad vigilada.
Francisco Rodríguez González, concejal sindicalista de Bornos
Fernando Romero Romero
Grupo de trabajo “Recuperandola Memoria
Grupo de trabajo “Recuperando
de la Historia Social de Andalucía” (CGT-A)
Francisco Rodríguez González, a quien apodaban Frasco el Jerezano, nació en Bornos el 15
de febrero de 1894 y, como la mayor parte de los bornichos de su tiempo, se
ganaba la vida como jornalero. Estaba afiliado al sindicato CNT, en el que
llegó a ocupar el puesto de presidente, y fue uno de los organizadores del
Partido Sindicalista. También fue uno de los dos representantes del partido de
Ángel Pestaña en la Comisión Gestora que se hizo cargo del Ayuntamiento tras el
triunfo del Frente Popular en las elecciones legislativas de febrero de 1936.
El
19 de julio, conocida ya la sublevación contra el Gobierno de la República,
estuvo reunido en el ayuntamiento con el alcalde socialista, Antonio Garrido
Jiménez, los demás concejales y algunos dirigentes de las organizaciones del
Frente Popular. Quisieron organizar una columna de obreros para auxiliar a las
autoridades de la capital de la provincia, pero el jefe de línea de la Guardia
Civil, el alférez Francisco Gavira Parra, se negó a entregarles las armas que
había en el cuartel, les prohibió requisar vehículos y sacó a los guardias a la
calle para declarar el estado de guerra. Francisco fue uno de los primeros
izquierdistas que se evadieron de Bornos durante el verano de 1936. Lo hizo el
20 de julio, el mismo día que el alférez se personó en la casa consistorial
para destituir a la corporación municipal y sustituirla por otra a medida de
los golpistas.
Francisco
dejó atrás a su compañera, María Andrades Domínguez, y a cinco chiquillos. La
menor, María, había nacido el 9 de enero de ese año. No sabemos qué habría sido
de él si hubiese optado por quedarse en el pueblo, pero podría haber tenido el
mismo desdichado final que la mayoría de los miembros de la corporación que
tomaron esa decisión: fueron asesinados diez de los trece concejales que permanecieron
en Bornos. Y la represión no solo afectó a sus compañeros de la corporación
municipal, del partido y del sindicato. También fue asesinado su propio
hermano, José el Jerezano, un obrero
agrícola que trabajó de vigilante de arbitrios durante el mandato del Frente
Popular.
Frasco
se dirigió hacia La Sauceda, Jimena
de la Frontera y Manilva. En Málaga estuvo alojado como refugiado en la iglesia
de San Juan y se marchó a Almería antes de que la ciudad fuese ocupada por el
ejército rebelde. Con más de cuarenta años cumplidos, no tuvo que hacer
servicios de armas durante los tres años que duró la guerra. Sabemos que
trabajó en las obras de una carretera en las proximidades de Gualchos
(Granada), que durante unos ocho meses fue ayudante de cocina de un regimiento
de caballería en Marmolejo (Jaén) y que luego se dedicó a faenas agrícolas en
Higuera de Arjona.
Regresó
a Bornos pocos días después de terminar la guerra, el 10 de abril de 1939, y
pasó varios meses preso en la cárcel municipal. A principios de octubre cayó
enfermo con una fiebre infecciosa y el médico Juan de la Cruz recomendó que
fuese trasladado a otro local con mejores condiciones higiénicas. El presidente
del Consejo de Guerra de Cádiz –a cuya disposición estaba detenido– dio
autorización para que lo llevasen al hospital provincial, pero el gobernador
civil replicó que no era posible hacerlo porque no había ambulancia ni
efectivos de la Guardia Civil para custodiarlo durante el traslado. Lo que
hicieron fue enviarlo el 20 de noviembre al castillo de Sanlúcar de Barrameda
con los demás presos políticos que había en la cárcel de Bornos.
A
Frasco, como a los demás huidos que regresaron al terminar la guerra, se le
instruyó un procedimiento sumarísimo por rebelión militar. Acusarlo de rebelión
propiamente no era fácil, porque ni había participado en el conato de
resistencia que hubo en el pueblo ni tampoco se incorporó como combatiente a
las milicias ni al ejército republicano. Pero para gente como él, que no habían
tomado las armas, pero sí fueron políticamente muy activos antes del golpe, la
desquiciada justicia militar franquista reservaba la figura penal de la excitación
a la rebelión.
Las
declaraciones e informes que sobre su conducta reunió el instructor del sumario,
el alférez de infantería Esteban Matía Cuesta, lo presentaban como un
propagandista incansable de sus ideas. El jefe de arbitrios, Vicente Moreno
Pérez, decía que era «de malos instintos» y lo acusó de coaccionar a los
votantes de derechas en las elecciones de febrero de 1936:
[…] hacía una
propaganda por medios violentos dándose el caso de que cuando una persona
acreditada de derecha se proponía votar conforme a su ideario el inculpado se
dirigía de forma poco cortés arrebatándole la papeleta que llevaba y diciéndole
qué era la que debía llevar.
Una
acusación a la que no es fácil dar crédito, pues lo que nos dice la prensa de
la época es que fue el alcalde de derechas, del Partido Radical, quien
aprovechó su posición de poder para obstaculizar la campaña del Frente Popular.
El guardia municipal José Ortiz Moreno, cuyo activo papel en la represión del
verano de 1936 era bien conocido por todo Bornos, también embistió contra
Frasco. La Comisión Gestora del Frente Popular lo había separado del servicio
por cuestiones políticas y, cuando fue a reclamar que lo readmitiesen, el Jerezano dijo que «en vez de
atenderlo lo que había es que sentarlo en un sillón eléctrico y apretar el
botón hasta terminar con la canalla fascista». Muy distinto era el talante que
le atribuían los informes municipales que firmaron el alcalde, Francisco Muñoz
Ruiz, y el gestor Cayetano Delgado Díaz. Muñoz informó de que «siempre se
distinguió por su actuación extremista, ideológica, pero no consta que llevara
a cabo actos de violencia, observando, por el contrario, una vida de ciudadano
pacífico». Y Cayetano Delgado dijo que «en su vida particular como ciudadano,
aparte de las ideas, parecía hombre tranquilo y de tonos moderados».
El
consejo de guerra se celebró en Sanlúcar el 27 de enero de 1940. El fiscal
solicitó pena de muerte por delito de adhesión a la rebelión militar, pero el
tribunal no consideró probado que hubiese tomado parte en el intento de
organizar la resistencia contra el golpe y solo tuvo en cuenta su actividad
política anterior para condenarlo a seis años y un día de prisión por
excitación a la rebelión militar. Cuando se dictó la sentencia ya llevaba cerca
de nueve meses en prisión preventiva y debía continuar encarcelado hasta el 8 de
abril de 1945.
De
la precaria situación en que había quedado la familia de Frasco por su ausencia
–primero huido y luego encarcelado– da cuenta el informe que remitió el
Ayuntamiento al juez instructor provincial de Responsabilidades Políticas en febrero
de 1941:
[…] los
únicos bienes que se conocen como de la pertenencia del inculpado Francisco
Rodríguez González son una pequeña casa situada en la calle Corrales de esta
villa nº 24, cuyo valor es el de 560 pesetas y la habitan la familia de dicho
sujeto.
Las
cargas familiares legalmente obligado a sostener por dicho inculpado consistían
en la mantención de su esposa María Andrades Domínguez y la de sus hijos Emilia
Rodríguez Andrades, que en 1936 contaba 15 años, José de 14, Francisco de 13, Antonio
de 4 y María de un año.
Esta
familia que carece de bienes se sostiene con lo que la madre y tres hermanos
mayores ganan en las faenas agrícolas cuando hay trabajo, y muchas veces del
socorro que reciben de los comedores de Auxilio Social.
Este
informe se redactó mientras Frasco cumplía la condena en la prisión provincial
de Cádiz, en la que estuvo desde el 8 de febrero de 1940 hasta que el 24 de
marzo de 1941 lo trasladaron a El Puerto de Santa María. En El Puerto le dieron
un destino como ordenanza de funcionarios y fue allí donde se tramitó su
expediente de libertad condicional. La ley de 1 de abril de ese año –segundo
aniversario de la «Victoria»– abrió la puerta de la condicional para los presos
políticos que habían sido condenados a penas de hasta doce años por delito de
rebelión. El expediente de Frasco se tramitó con celeridad, las autoridades
locales no pusieron ningún impedimento para que regresase al pueblo y lo
excarcelaron el 9 de julio.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)