jueves, 23 de junio de 2011

Una biblioteca con libros de revolucionarios y de herejes

La Sociedad «La Cultura» de Prado del Rey (1917-1936)

«No hay que perder de vista que en Prado del Rey los más son refractarios a toda autoridad, pues en su mayoría son jóvenes, víctimas de perversas doctrinas que tiempo ha se difunden en ese desgraciado pueblo por medio de una Biblioteca pública integrada en gran parte por libros de revolucionarios y de herejes». Así es como el sacerdote Eduardo Espinosa González-Pérez diagnosticó en 1936 las causas del ambiente anticlerical que reinaba en aquel levantisco pueblo de la sierra de Cádiz al que sus habitantes llamaban Prado Libre desde que se proclamó la República.

La historia de esa biblioteca se remontaba a casi dos décadas atrás. En 1917 se constituyó la junta organizadora de la denominada Sociedad «La Cultura» Pro Biblioteca Pública, que adoptó el lema «La instrucción y educación, base de la felicidad humana». El nacimiento de la sociedad y su biblioteca tuvieron dos pilares, uno en Argentina y otro en Prado del Rey. Los emigrantes de Prado del Rey residentes en Buenos Aires, aglutinados en torno a Juan Martín Gutiérrez, deseaban contribuir al progreso cultural y social de su pueblo natal y fueron ellos quienes aportaron los recursos económicos que permitieron el alquiler de un local y la compra de los primeros libros. Y el alma de la organización en el pueblo fue Francisco Gutiérrez Oñate, un carpintero autodidacta, nacido en 1878, a quien todos conocían por el diminutivo Frasquito y que durante las primeras décadas del siglo XX militó primero en organizaciones anarquistas y luego evolucionó hacia el socialismo. Siempre estuvo presente en los órganos directivos de «La Cultura» ocupando diversos cargos, entre otros el de bibliotecario, y durante los últimos trece años fue su presidente. 

La biblioteca abrió sus puertas el 12 de mayo de 1918 y la asociación estaba plenamente consolidada pocos años después. En 1922, cuando el pueblo tenía poco más de 4.000 habitantes, la sociedad contaba con 230 socios y el fondo bibliográfico estaba formado por 1.096 volúmenes: 451 de literatura, 115 de ciencias, 123 de sociología, 95 de teología, 75 de historia y 7 diccionarios con un total de 22 tomos. Además tenía 65 obras teatrales, 47 zarzuelas y operetas y 13 tomos encuadernados de revistas argentinas. 

La asociación incluso se embarcó en la empresa de la compra de un céntrico edifico de dos plantas que fue su última sede. En la baja se estableció la sala de lectura y la alta se utilizó como local recreativo, en el que se celebraron todo tipo de actividades lúdicas y culturales, como conferencias, veladas literarias, representaciones teatrales y bailes. También llegó a publicar un boletín que apareció con periodicidad irregular, que sepamos, entre 1922-1924 y en 1928. Incluso creó una banda de música.

«La Cultura» y la política

La Sociedad «La Cultura» aglutinó en sus orígenes a gente de todas las clases sociales y de diferentes ideologías. Era una institución cultural ajena a la política, pero desde muy pronto tuvo cierta confrontación con el gobierno municipal. El alcalde y cacique del pueblo, José Romero Molero, no vio con buenos ojos su nacimiento y el Ayuntamiento no colaboró absolutamente en nada con ella. Eso provocó las quejas de la comunidad de emigrantes de Prado del Rey en Argentina, que se lamentaba de la apatía del gobierno local mientras ellos, que estaban lejos de su tierra, hacían grandes esfuerzos para reunir los recursos económicos que permitieron poner en marcha el proyecto cultural. La indolencia se transformó en agresividad, desde el punto de vista de los socios, cuando en 1921 el alcalde decidió incautarse del instrumental de la banda de música de la asociación. 

Todo eso hizo que «La Cultura», a través de su «Boletín» recibiese con entusiasmo el golpe militar de Primo de Rivera y el inicio de la dictadura. Para ella, la consecuencia del regeneracionismo conservador del Directorio militar fue, simple y llanamente, quitarse de encima a los políticos y caciques que habían obstaculizado su obra cultural. Más aún: permitió que varios socios entrasen a formar parte de la corporación municipal. El presidente, Frasquito Gutiérrez, fue concejal desde marzo de 1924 y a finales de ese mismo año fue elegido alcalde uno se sus socios protectores, Fernando Reguera Rodríguez.

No obstante ese estrechamiento de lazos con el poder político durante el periodo de la Dictadura, «La Cultura» no era una organización conservadora. Entre sus socios y dirigentes había un buen número de hombres de izquierda que fueron quienes en las elecciones de abril de 1931 integraron la candidatura de la Conjunción Republicano-socialista. El primer alcalde republicano de Prado del Rey, Manuel González de Quevedo y Copete, había sido vicepresidente de la sociedad cultural y también administrador del «Boletín» en su segunda época a finales de los años veinte. 

Y no solo los socios de «La Cultura» formaron parte de la corporación municipal republicana. En 1932 se creó la Casa del Pueblo, una entidad de carácter federativo que aglutinó a la mayor parte de las organizaciones sindicales y políticas de izquierda que había en Prado del Rey. Su presidente fue Frasquito Gutiérrez, que también lo era de «La Cultura» y durante algún tiempo su sede social fue la planta alta del edificio de la asociación. Eso hizo que, visto desde fuera, todo pareciese lo mismo: «La Cultura» y su biblioteca, la Casa del Pueblo, la UGT, el sindicato de pequeños agricultores y arrendatarios, el Partido Comunista y la sociedad femenina Mariana Pineda. La gente de derecha aseguraba que era Frasquito quien lo controlaba todo.

¿Qué fue de aquel pluralismo ideológico que tuvo «La Cultura» en sus primeros tiempos? José Mena Chacón, un antiguo alcalde monárquico que tras la proclamación de la República se reconvirtió rápidamente al republicanismo lerrouxista, decía que los exaltados de izquierda se habían ido apoderando paulatinamente de los cargos de la junta directiva hasta que finalmente la gente «de orden» optó por marcharse y solo quedaron ellos. 

La revolución de octubre

Este José Mena era quien, gracias a un controvertido proceso de destituciones y nombramientos gubernativos de nuevos concejales, presidía el Ayuntamiento cuando se produjo la revolución de Octubre de 1934. Tuvo sus principales focos en Asturias y Cataluña, pero también se registraron conatos insurreccionales de menor envergadura en el resto del territorio estatal, incluida Andalucía. Los hubo, entre otros, en Teba (Málaga), Paterna del Campo (Huelva) y en Villaviciosa de Córdoba. Y en Prado del Rey. 

Unos cuarenta hombres mal armados se echaron a la calle la noche del 7 al 8 de octubre al grito de la «Viva la revolución social». Desarmaron a los guardias municipales, se adueñaron de pueblo rápidamente y quemaron los archivos del ayuntamiento, del juzgado y de la parroquia. En la iglesia, además de los papeles, también incendiaron el mobiliario, las imágenes de santos y prácticamente todos los enseres del culto. La revolución no duró ni diez horas. A las once de la mañana había sido sofocada por la Guardia Civil. Hubo cerca de cien detenidos y cuarenta y tres de ellos fueron procesados por la justicia militar. Los partidos políticos y sindicatos a los que se suponía implicados en la revuelta fueron clausurados y, con ellos, también la biblioteca. El acta de clausura, firmada por un teniente de la Guardia Civil, justificaba el cierre diciendo que pertenecía «a los elementos avanzados y que más se han significado en los incendios y en la agresión a la fuerza pública».

Como integrantes del comité revolucionario que dirigió la revuelta señalaron a Frasquito, al concejal socialista José Fabero Fernández, que fue uno de los miembros de la junta organizadora de «La Cultura» en 1917, y a Andrés Pichaco Blanco. Todos ellos estaban entre los vecinos que fueron procesados por la revuelta y que estuvieron detenidos en la Prisión Provincial de Cádiz hasta que los presos políticos fueron amnistiados en febrero de 1936. Mientras tanto, la biblioteca permaneció cerrada y el alcalde José Mena rompió los lazos de colaboración que se habían establecido entre «La Cultura» y el ayuntamiento republicano-socialista de 1931.

Los libros en la hoguera

La biblioteca volvió a abrir sus puertas tras el triunfo del Frente Popular, pero tanto la institución, como los hombres que la sostenían fueron víctimas de la represión fascista del verano de 1936. Entre las más de ochenta víctimas mortales que causó en Prado del Rey se encuentran varios de aquellos hombres que desde 1917 formaron parte de los cuadros directivos de la asociación. Como Hilario Gutiérrez García, el último alcalde republicano, que casi dos décadas antes había sido otro de los miembros de la junta organizadora y también fue el director de su banda de música de la asociación. ¿Cuál fue el fin de la biblioteca? La asociación fue clausurada, el edificio incautado y la tercera parte del fondo bibliográfico fue destruido o expoliado. Según José Mena, sacaron dos carretadas de libros, revistas y folletos y los quemaron en las afueras del pueblo. En el nuevo inventario que se hizo en 1940, cuando se entregó a Falange lo que sobrevivió a la hoguera y a la rapiña, faltan 658 libros de los 1.829 que estaban catalogados en julio de 1936: la tercera parte. Habían «desaparecido» las obras de autores como Marx, Lenin, Trotsky, Bakunin, Faure, Kropotkin, Proudhon, Nakens, Ferrer Guardia, Federico Urales o Sánchez Rosa; pero también las de otros poco recomendables o heterodoxos como Unamuno, Vargas Vila y Zola, entre todo tipo de obras literarias, de humanidades y científicas.

¿Qué fue del anciano Frasquito Gutiérrez? No fue una de las víctimas mortales de la represión del 36. Sus enemigos no habrían dudado asesinarlo si se hubiese quedado en Prado del Rey. Mataron a uno de sus hijos y a varios familiares políticos, pero él escapó a tiempo. Estuvo refugiado en Guadix, con otros huidos del pueblo, hasta que terminó la guerra. Cuando regresó en 1939 un tribunal militar lo condenó a doce años y un día de cárcel por sus actividades sociales y políticas anteriores al 18 de julio. Dice mucho de su talante que en 1947, pocos días después de notificársele la concesión del indulto, tuvo el valor de reclamar al capitán general de Andalucía la devolución todos los bienes que tenía cuando salió en 1936 y que le habían expoliado. Consiguió recuperar algunos muebles y herramientas de su oficio, pero no los libros de su biblioteca particular, unos cien volúmenes. Según un informe de la Guardia Civil, habían sido «destruidos al principio del Glorioso Movimiento Nacional por acuerdo de las autoridades locales».


Fernando Romero Romero: «Una biblioteca con libros de revolucionarios y de herejes.
La Sociedad La Cultura de Prado del Rey», en  Cuadernos para El Diálogo
 nº 56,  mayo-junio de 2011, pp. 24-30.




Libros bajo las llamas en Cádiz

La última investigación de Fernando Romero refleja la saña fascista contra la biblioteca de Prado del Rey

Público | OLIVIA CARBALLAR | Sevilla 15/06/2011

En julio de 1936, el cura de Villamartín (Cádiz) envió un informe al arzobispo de Sevilla sobre la conveniencia de enviar o no un párroco al pueblo vecino, Prado del Rey: “[Los jóvenes] son víctimas de perversas doctrinas que tiempo ha se difunden en ese desgraciado pueblo por medio de una biblioteca pública integrada en gran parte por libros de revolucionarios y de herejes”. La biblioteca, creada en 1918 por La Cultura, una asociación que abogaba por una sociedad laica, reunía volúmenes de Marx, Lenin, Trotsky, Bakunin, Ferrer Guardia, Federico Urales o Sánchez Rosa.
La tercera parte de los libros fueron destruidos o expoliados, según recoge Fernando Romero en su última investigación: La Cultura y la Revolución. República y Guerra Civil en Prado del Rey (Aconcagua). “Pero lo irreparable no fue la pérdida de los libros, sino de las personas. La gente de La Cultura fue represaliada: unos fueron asesinados y otros tuvieron que huir para salvar sus vidas”, explica Romero. Como Francisco Gutiérrez, Frasquito, el carpintero que fabricó las primeras estanterías, un hombre “con ideas” y alma del proyecto.
Frasquito sobrevivió porque huyó, pero no se libró de la represión: perdió a un hijo y a varios familiares y, cuando regresó, fue condenado a 12 años y un día de cárcel. “Sus nietos dicen que prefería pasar hambre y gastar lo poco que tenía en libros. Fue un referente para la izquierda de Prado del Rey –Prado Libre, como entonces lo llamaban sus habitantes– durante las primeras décadas del siglo. Un santo laico para la izquierda y bestia negra para la derecha”, sostiene Romero, que destaca, no obstante, que ha sido un personaje mal conocido y poco valorado.
 “Cuando obtuvo la libertad condicional se asentó en Dos Hermanas (Sevilla) y esa ruptura del nexo con Prado del Rey contribuyó aún más a su marginación”, concluye el historiador. Sin generalizar, Romero realiza un paralelismo entre lo que suponían las bibliotecas para la derecha y las iglesias para la izquierda. “En el caso de Prado del Rey es indudable. Sacaron dos carretadas de libros, revistas y folletos y los quemaron a las afueras del pueblo”, añade. La biblioteca, cuyo lema era “La instrucción y la educación, base de la felicidad humana”, fue clausurada y, hasta febrero de 1937, los golpistas mataron al menos a 86 personas.
Represión en Cádiz
Fernando Romero, autor de numerosas investigaciones sobre la represión fascista en la provincia de Cádiz, decidió esta vez sumergirse en la historia de Prado del Rey, entre otras cuestiones, por ser el único municipio gaditano donde prendió la llama de la revolución de octubre del 34, aunque apenas durara unas horas. El historiador insiste en que la represión en Cádiz fue brutal. “El control de la provincia era clave para los golpistas porque iba a ser la cabeza de puente para el traslado del ejército de África a la península. La mitad de los municipios estaban ocupados a las 48 horas del golpe y los últimos enclaves republicanos cayeron a principios de octubre”, explica.
Romero pone como ejemplo Prado del Rey para conocer lo que ocurrió en la mayoría de los pueblos gaditanos.  “La gente de izquierda se refugió en el campo, pero a principios de agosto los guardias y falangistas empezaron a batir el término y a detener a los huidos”, afirma. Sólo en esta provincia, según las investigaciones realizadas hasta el momento, fueron asesinadas más de 3.000 personas, “tantas como en el Chile de Pinochet”.